Llegué a casa satisfecho y en calma a las pocas horas llegó un ligero remordimiento que me hizo reflexionar. Entre las llamas veía reflejados mis problemas, era como limpiar mi espíritu que se componía de todo ese humo que se elevaba al cielo, era una súplica, una llamada de atención.
No sabía qué había pasado, supongo que controlarían el incendio y que la escuela no había desaparecido, aunque mil películas se proyectaron en mi cabeza toda la noche, pero pronto lo comprobaría con mis propios ojos, pues en teoría no estaba incriminado en nada y asistiría a clases como los demás alumnos.
Mi padre nos dejaba en el colegio, parecía una mañana normal, como todos los días que transcurrían allí, a cuentagotas. Sólo un incidente en el pasillo, era contra un amorfo compañero que tenía la cabeza como higo maduro, andaba rapado y le gritaban un par de rufianes – Ven Mofles, te vamos a operar –
– ¡Déjenme animales! – gritaba despavorido Moflestein, de apellido Mayerstein.
Era de esos tipos raros, que también sufrían maltrato y escuché a los mismos rufianes cantarle con una tonada pegadiza – ¡Tengo un tumor en la cabeza! ¡Tengo un tumor en la cabeza! –
No es que me alegrara que le molestaran, pero esto era el ejemplo básico de los policías, si estaban multando a uno, no podían detener a otro. Me hizo gracia y estallé en una carcajada espontánea, pero discreta, pues yo no acostumbraba a reír nunca.
La escuela parecía estar en una pieza, el movimiento igual, tal vez yo había maximizado esas llamas, aunque estaba ansioso por llegar al aula, pero en mi camino se atravesó Galindo, un compañero que se sentaba detrás mío y que solía cantarme todas las canciones de Bronco; un grupo mexicano de finales de los años setentas, pero en los noventas estaban en pleno auge. El pobre Galindo pensaba que las disfrutaba, y yo que no tenía el corazón para decirle que se escuchaba como el mismísimo Lupe Esparza; siendo desmembrado por algún aparato de tortura de la inquisición; y Galindo interpretaba mi silencio como gusto y cada día cantaba con más sentimiento, y ay Dios.
Pero esta vez a mis oídos no llegaron ni “Los libros tontos” o “Sergio el bailador” llegó algo diferente, que tenía otra melodía y que era una seductora y maliciosa prosa de punk, de pura anarquía; la letra decía en voz de Galindo – Mira la pared Fernández ¡Está toda negra! –
¡Tantarrrantaaan! o como quiera que sea que suenan las guitarras metaleras, ahí estaba la imponente mancha de hollín en la pared, marcando un oscuro camino hasta el techo. El primer impulso fue mirar a Román, que impávido veía aquella sombra, claro que él no sabía que su fuego pusilánime no había alcanzado a carbonizar ni una hojita de papel; necesitaba la mano recia de este mercenario, pero para créditos estábamos después; no podía dejar de admirar mi obra.
– ¿Quién es el loco o retrasado mental que hizo esto? – gritó una voz con asombro y esa voz me sacó de mi contemplación; ahí estaban todos mis compañeros rodeando la mancha de hollín como primates, tan admirados como el hombre primitivo al descubrir el fuego. Estaban asombrados y aterrorizados, los más osados se adjudicaban mi obra, los más débiles se lamentaban pensado que esto había llegado demasiado lejos y decían que era obra de un ser demoniaco; el asombro era infinito, mucho más de lo que yo calculé, aunque siendo honestos, no calculé nada.
Escuchamos la puerta abrirse, y como ratas despavoridas corrimos hasta nuestros pupitres, como era de suponerse, era el profesor; acompañado del Coordinador, para nuestra sorpresa el profesor de biología, mejor conocido como El Zombi, parecía ostentar su acostumbrado estado etílico, quiero decir, olía no como si se hubiera emborrachado, sino como si la botella se hubiese embriagado de él.
Claro que Román y yo intercambiamos miradas de nuevo, era como afianzar esa complicidad – ¿Quién cometió esta fechoría? – Dijo el Coordinador. En ese momento el aula estalló en risas y carcajadas, la palabra fechoría sonaba muy graciosa. ¿Fechoría? ¿Qué es esto? ¿El siglo XV? ¿Sabe usted que el manjar que ha degustado esta mañana ha manchado vuestro ropaje? Esto era mucho más que una fechoría, era el crimen del año; y era yo quien salía impune de todo esto.
El Coordinador, quien estaba visiblemente afectado nos hizo ver la gravedad como grupo y lanzó una advertencia – En cuanto sepamos quién hizo esto recibirá un castigo ejemplar – pero no bastó, mis compañeros seguían riendo y admirando la gran mancha – No encubran a ese tipo de alumnos, solo nos traerán problemas –
El cansancio fatigaba a ese señor que rondaba los 60 años y harto de no recibir respuesta nos amenazó, lo que él no sabía es que nadie tenía respuestas, o al menos eso creía, nos sentenció – El peor grupo de todo el colegio, y el autor de esto no tiene nombre, haré un reporte grupal, aquí hay muchos malos elementos, así como buenos, es un grupo de extremos y me duele porque nadie de esta clase saldrá con un expediente limpio –
El ambiente de inmediato se tornó pesado, las que fueron carcajadas se convertían en débiles risillas nerviosas. Aquella amenaza no significaba nada para Román o para mí, un reporte más era como un pelo en un gato; pero no toda la clase estaba en esa situación; y a pesar de que la tensión podría cortarse en el aula nadie dijo nada sobre el misterioso autor de la mancha en la pared. Sin información ni ayuda el Coordinador salió del aula fúrico, resoplando y mascullando algo que adivinamos más advertencias e improperios para el anónimo incendiario que se atrevía a desafiarle; justo detrás de él salió el tambaleante profesor.
En cuanto la puerta se cerró comenzaron los murmullos, las suposiciones; pero nadie tenía pistas, lo único en lo que todos concordaban era en el enojo generalizado, claro que tenía compañeros con el expediente inmaculado y notas perfectas; y todo eso se iría a la mierda gracias a un pirómano que ensuciaba con su asqueroso y retador hollín esas hojas que tantos meses de disciplina y obediencia había tomado construir.
Por primera vez en mucho tiempo sentí arrepentimiento, genuino, no el de la noche anterior con cosquilleos de triunfo, estaba avergonzado, mis acciones le estaban costando a personas inocentes; el auto escarnio me devoró en dos minutos, me sentí obligado a decir la verdad, tenía que hacerlo.
Supe desde el principio que mi confesión me costaría la amistad de algunos, la admiración de otros, pero sin importar la reacción de esos cincuenta alumnos tenía que hacer lo correcto, la necesidad de sentir que estaba haciendo bien me comía la cabeza y conseguiría esa tan anhelada expulsión.
De un momento a otro el barullo de los alumnos se convirtió en un sonido blanco, no distinguí palabras, aquello era como estar sumergido en una piscina, rodeado de manifestantes, sumergido hasta el fondo; y me había empezado a ahogar. Como si un resorte formara las articulaciones de mis rodillas me puse de pie, y en tres zancadas me ubiqué frente a la clase – Yo lo hice – dije susurrando; al principio casi nadie me escuchó, estaban muy ocupados intentando descubrir al perpetrador – ¡Yo lo hice! Yo le planté lumbre a la papelera – hablé con más fuerza, entonces todos escucharon.
No podría poner en palabras lo que sucedió después, todos pusieron sus ojos en mi lentamente, era como ver un cinta en slow motion, una cinta de la que yo era el foco. Solo ante todos mis compañeros que me rodearon curiosos, unos enojados, otros asombrados e incluso admirados, entonces comencé mi excusa – Os pido una disculpa a todos, la verdad es que yo le prendí lumbre a este bote de basura – Boquiabierto Román me miraba desde su lugar, temblaba de miedo como una hoja, pero yo no lo echaría de cabeza, él fue solo una herramienta y claro que no había hecho nada por estar ahí junto a mí; ignoré su cobardía y seguí clamando la simpatía y clemencia del grupo – Ustedes saben que estoy a punto de la expulsión; y si el Camarón lo sabe rodará mi cabeza y la verdad eso es lo que quiero, que ruede mi cabeza – dije agachando la mirada, no podía con mi pesar.
El grupo de niños modelo, los estudiosos e impecables opinaron que mi partida forzada del colegio sería lo mejor, escucharlos diciendo que incluso les darían puntos extra por el valor de denunciarme me enfureció – Sois unos malditos hipócritas, sois unos arrastrados; entregadme, eso queréis, ¿no? –
Sentía el mismo calor que había destruido la papelera y manchado la pared, los ojos me ardían y sentía unas ganas enormes de salir volando como el humo, pero no podía. Para mi fortuna quienes simpatizaban conmigo, o solo les importaba un comino mi destino; y el suyo de paso, eran más. Así que rodeado de esos cómplices me sentí abrigado por la confusión grupal, aunque fuese sólo un momento.
Fue entonces cuando El Babas, el elemento más gris de todo el alumnado hizo su participación; intentando salir del anonimato al que sus grises acciones y apariencia le habían confinado – ¡Maldito español! por tu culpa ahora estamos jodidos – justo terminaba su frase y volteaba sonriendo, mostrado esa dentadura que no había conocido dentífrico ni cepillo en semanas, buscando aprobación el muy babotas, ajá de ahí el mote.
– Con esa dentadura tú ya estás jodido – le contesté con naturalidad y empezaron los aplausos, yo me quedé asombrado de que nadie más alzó la voz para señalarme, poco a poco, como perros apaleados fueron tomando su sitio; aún rodeado por mis simpatizantes, sentencié entonces a quienes a leguas se veía que chivarían – Ya sé que varios de ustedes me delataran a mis espaldas, y lo sé, pero no le temo a eso, yo ya estaré en un lugar mejor –
Se hizo el silencio, sólo para que El Patas, apodado así por su escasa estatura y sus enormes pies, abogara por mi ante todos – Tu no te puedes ir de aquí, es la obra más grande que hemos visto, vamos a perdonar al Gallego, tiene valor – sentí una caricia de compresión pero, como en estos casos sobre mi persona, todo se torció.
– Vamos a perdonarlo con una condición – Añadió Magaña, quien salió de entre la multitud. Estaba de acuerdo después de todo no podía esperar el perdón nada más por mi bella cara que, siendo honestos, en la pubertad el rostro de cualquiera es todo menos bello.
Magaña era un rufián y un excelente manipulador de masas, bien podría llegar a ser político en el futuro y dijo – Es cierto que la hazaña del Gallego es grande, nunca antes vista y confesarlo, que valor, él puede ser nuestro rey, pero tiene que volver a demostrar su valor por tercera vez –
Esto no pintaba nada bien, la atención del alumnado era de no parpadear y Magaña lo soltó – En el cambio de clase el Gallego tiene que pelear contra Kamala – los gritos y vitoreos no se hicieron esperar; en señal de que estaban más que complacidos con el intercambio.
Magaña dijo – Va a ser la pelea del año y si alguien descubre lo sucedió en la pared yo mismo le arranco las tripas – Los alumnitos modelo tragaban saliva, creo que no había salida, ahora faltaba describir lo peor, a Kamala.
Esto parecía un reto de Mortal Kombat, Kamala; era una bestia como Goro; un adolescente súper desarrollado, mucho más alto que yo; enorme como un roble que se alzaba en el patio de la escuela y atemorizaba a quien se le acercara; su descomunal tamaño contrastaba con las facciones infantiles de su rostro rechoncho y abultado incluso en la frente. Su cara parecía un expendio de manteca, siempre grasosa. Calculé de inmediato mis posibilidades de salir victorioso; atacaría su yugular; si no estuviera escondida bajo esa norme papada, su cuello era una de las muchas partes de su anatomía que no disfrutaban del sol.
Quizá golpes al hígado. ¿Pero qué hígado?, de Kamala sólo eran evidentes por debajo del uniforme esas carnes, muy parecidas al flan que compraba en el mercado, mal cuajado y tembloroso; esto no pintaba nada bien; y hasta un ciego podría verlo, si la hazaña no me llevaba a la expulsión, la pelea podía llevarme a la primera opción, el suicidio; que siendo sinceros hubiera preferido que fuese con la estufa, así dormidito en cama.
Kamala gritaba como un monstro, balbuceos, al ver tanta gente esperando lo que saldría de mi boca acepté el trueque: El perdón y el silencio de mis compañeros, por una pelea con Kamala. Era un momento de mucha adrenalina y osé en decir estúpidamente – Claro que voy a desinflar a Kamala –
El monstruoso me miró casi carcajeándose, para él era menos insignificante que una hormiga tratando de vencer a un rinoceronte. Carranza se puso de pie, todos sabíamos que él era de pocas palabras; y muchos puños – Ya tenemos la pelea del año, hagan sus apuestas, El Gallego se trompea con Kamala; y todos calladitos; quien vaya de chillón con El Camarón se las ve conmigo, ustedes saben que yo no juego –
Esto sería como pelear contra El Coloso de Rodas, esa imponente estatua al dios Helios, quien en las alturas representaba al sol, y yo no tenía posibilidades, no era como ese terremoto que destruyó la estatua, no tenía esa fuerza para desmoronarlo desde su base. Las apuestas estaban todas en mi contra y cuando se puso en pie Morales anuncio la pelea con ficha técnica y apuestas – En esta esquina con 43 kilos 1.52 de estatura El Gallego suicida y en esta otra, con más de 100 kilos y más de 1.75 de estatura, la bestia feroz Kamala, no se lo pueden perder, en el próximo cambio de clase, la pelea del siglo –
Quedaba pactado, miré de nuevo a Román que en anonimato se había quedado muy tranquilo, no intervino ni para bien ni para mal, parecía complacido por mi sacrificio y lo aceptaba como si él fuera un afectado más. Volteé entonces hacia Kamala, sus ojos diminutos se veían más reducidos por sus enormes mejillas que los presionaban al sonreír, estaba muy complacido con la idea de mis huesos rotos entre sus manos, me imagina ser como el pollo frito que devoraba el otro día en el patio a la hora del almuerzo.
Cuando el profesor volvió todos corrimos hacia nuestros sitios, como insectos asustados, ni un murmullo se escuchó, incluso cuando El Zombi intentó sacar el tema a colación; notando que nadie soltaría prenda comenzó con su clase, sus explicaciones se perdían antes de llegar a mí, que no pude evitar voltear hacia Kamala, mi destino, mi verdadero final fatal.
Kamala me sostenía la mirada con esa sonrisa torcida, se sabía ganador desde el primer momento que se anunció el precio del perdón; tragué saliva con esfuerzo y respiré profundamente, fijé mis ojos en la pizarra e intenté seguir con dignidad el resto de la clase, que por primera vez no quería que terminara nunca. Para cuando acabó la segunda hora otros grupos sabían del duelo y habían sido invitados al espectáculo, tendríamos casa llena.
Yo tenía una roca atascada en el pecho, ese peso que usualmente no me dejaba respirar, ¡Claro que tenía miedo! sólo un loco no temería a los enormes puños de Kamala. Intenté, sin éxito, calmarme; las manos me sudaban, salí del aula sin hablar con nadie, quería lavarme la cara, quizá el tacto frío del agua me traería de vuelta del país de la ansiedad.
No sentía el suelo debajo de mis pies, mis zapatos eran ahora mucho más pesados de lo que recordada; y aún así caminé sin mirar a nadie, con los ojos clavados al piso, hasta que una risilla me distrajo, si una ardilla se carcajeara ese sería su sonido; los ojos miel de un compañero de otra clase me miraban con picardía, sonreía dejando ver su enrome y deforme dentadura; una figura colorida detrás de él llamó más mi atención, era un dibujo hecho con tizas de colores; me acerqué bien para ver de qué se trataba; era yo.
Así es, un cartel improvisado anunciando la lucha estelar entre Kamala y yo, corrí a otro salón, el grotesco dibujo se repetía, su autor sería otro tipo, claro, pero el mensaje era el mismo, se infestó el edificio de dibujos y expectación. Sentí el desayuno agolparse en la boca de mi estómago, pero tenía que seguir, era morir a manos de Kamala o padecer a manos de mi padre furioso por mi expulsión; y la verdad prefería morir.
El Coloso de Rodas era gigante, imponente, solo un temblor con el factor sorpresa pudo derribarlo, todo me remontaba a lo que contaba Pompín, el maestro de historia universal, en esas fantásticas mitologías y realidades, pero esto no tenía nada de fantástico, al menos hasta el momento, mis manos ya no sudaban, parecían dos mangueras de agua que dejaban gotas por donde pasaban.
No pasó mucho tiempo para que se empezaran a organizar todo tipo de apuestas; incluso se habló de un fondo de recursos para pagar mi cuenta del hospital, conforme pasaban las clases se acercaban a mí conocidos y extraños a mostrarme su simpatía o compasión – Yo aposté por ti Gallego, creo en los milagros – me dijo un chico de quien olvidé su nombre; sus ojitos negros brillantes e inocentes me dijeron que no mentía. Dejé caer mi peso sobre la silla, escuchaba como sonido blanco las voces de mis compañeros, dándome consejos, diciéndome dónde golpear o cómo recibir un golpe; comentarios bienintencionados todos, de solidaridad. Aunque la pesadez de mi pecho se había mudado a mi cabeza, sentía que de pronto de me caería; entendía a ese personaje el Calabacito a quien el peso de su cabeza le era una tortura. Sentí la necesidad de mirar hacia Román, esperaba encontrar un alma en contrición; rogando ahora mi perdón y compresión; ya no suplicando mi silencio, pidiendo mi disculpa. Pero no fue así, me encontré con un Román incluso divertido por mi situación, ajeno al problema, feliz por lo que estaba a punto de pasarme.
Era mucha la gente que se me acercaba y le dije a Magaña – Tengo que estar concentrado para la pelea, yo no quiero que se me acerque nadie, me están quitando el aire – Complacido al escucharme, me quitó a la gente de encima, formó una escolta con los rufianes más temidos, quienes me protegían de todos, menos de la bestia. Tragué saliva, sabía que minuto a minuto se acercaba el final, tendría que enfrentar un destino llamado Kamala.
La puerta se cerró de golpe, dejando afuera todas mis esperanzas de salir con un hueso sano; un vendaval de muchachos me rodearon al tiempo que hacían a un lado las butacas; la improvisada arena debía estar lista lo antes posible. Las apuestas aún se cerraban cuando una mano me tomó con fuerza de la camisa y me puso, cual muñeco de juguete, en el centro del espacio circular que rodeaban las sillas. Las risas y gritos de mis compañeros me hicieron mirar hacia el frente; ahí de pie, largo y aún más ancho como era estaba Kamala, de la excitación sus blancas mejillas se habían puesto rojas, como un par de manzanas, sonreía y me confería esa mirada psicótica que sólo un cazador puede tener hacia su presa; de pronto sus cejas se arquearon y el odio flameó por sus ojos – Me voy a limpiar el culo contigo puto gallego – “No, mejor no” pensé mientras daba un par de pasitos hacia atrás, hasta que mi temerosa trayectoria encontró a mis compañeros que me lanzaron al ruedo nuevamente de un fuerte empujón que me puso a merced de la bestia.
Kamala; un niño de cabello castaño, con la piel tan blanca que parecía transparente, bañada en grasa y sudor; parecería el retrato de la pureza si no fuese por su enorme masa, sus movimientos lentos, su mirada iracunda; y los asquerosos hilos de saliva espesa que se le columpiaban en los labios al hablar, era una bestia entrenada por los bribones del grupo, el arma letal y no tan secreta que usaban como manera de tortura o diversión; y esta tarde el objetivo era yo; lejos quedaba el perdón y el silencio pactado, mucho más atrás el bote ardiendo y llenando de hollín la pared, ahí estaba yo.
Kamala dio una brazada brusca, como queriendo atrapar una mosca, después de varios intentos en los que yo me alejaba sin saber cómo atacarlo, lo consiguió, mi cuello quedó prensado entre el brazo y el enorme vientre de Kamala, ahogándome. Este animal no media su fuerza, sentía que me iba a desmayar, que mi alma salía de mi cuerpo, empezaba a ver el panorama negro y mis ojos se abrían con dificultad, podía sentir la tráquea presionada, por más que intentaba aspirar nada entraba a mis pulmones. Se hizo el silencio, las fuerzas me abandonaban de súbito y creí en verdad que moriría a manos de ese animal, que ahí acabaría todo para mí, quizá me encontraría con Miranda de nuevo, el único amigo de verdad que había tenido hasta ese momento.
Miranda me recibiría en el jardín, con un escarabajo en la mano; estaría sonriendo, feliz porque el Sr. Escarabajo cuenta con excelente salud, habría encontrado una hermosa escarabaja y tendrían una prolífica familia. Mi amigo me miraría a los ojos, las oscuras ojeras que se colgaban de su mirada se habrían ido, ambos reiríamos hasta el cansancio y entonces Miranda, bondadoso como era, me daría un cálido abrazo, sentiría su alma llena de alegría, un abrazo en el que no hubiera espacio para la tristeza, la miseria o el odio; un abrazo que me diera el aliento que se me estaba arrebatando.
Sentí mi cuello tronar y el terror de un traumatismo vertebral, o como lo llamaba “que se me rompiera el espinazo”, y eso me hizo reaccionar. Sin aire, sin fuerzas, a punto de desvanecerme, pero con determinación de salvar mi vida una idea iluminó mi mente. ¿Quería limpiarse el culo conmigo? le daría algo mucho mejor. Recordé esa historia que me habría contado un anciano, sobre cómo se caza al armadillo. Este encorazado animal se mete en su madriguera y no hay nada que lo haga salir, hasta que un listillo viene y con la ayuda de un palo le atesta un golpecito en el ano; el bicho se asusta y sus cazadores aprovechan la reacción para sacarlo de su escondite.
Me estiré cuanto pude, no contaba con un palo, así que tenía que estirar mi brazo hasta rodear la enorme masa de Kamala, tenía que encontrar su ano, así él nunca se percató de mis intenciones; tomé con el brazo tanto impulso como pude, cualquiera pensaría que le daría un golpe en el estómago o hígado, pero sólo yo sabía la trayectoria y su final.
Le metí los dedos en el recto intentando atravesar su pantalón y le prensé un testículo de pura casualidad en cuanto el saltó, y cuando tuve el escroto en mi mano lo giré cuantas veces pude, como si fuera el sintonizador de un viejo radio. La estocada funcionó, aun cuando no tuvo ni la fuerza ni el tino que yo creí, pero lo logré. Con un impulso inusitado Kamala no sólo me soltó, me lanzó por los aires; liberando mis vías aéreas y mi alma. Kamala se desplomó ante mi en un grito, e imaginé que así había caído el Coloso de Rodas, causando un tremendo impacto.
El golpe de la enormidad de mi contrincante contra un pupitre que estaba cerca y el desnivel de la tarima con el suelo fue seco, no hubo eco, incluso ni cuando el pupitre se partió en dos; fue como ver caer un árbol que parecía indestructible, su rostro pasó de la sorpresa al dolor en segundos, sus carnes bailaron como un flan mal cuajado cuando aterrizó, luego un grito salió de su disminuida boca – ¡Mi pierna! –
Todos se quedaron asombrados, y yo no podía parar una rasposa tos que salía desde mis pulmones; Kamala se dolía en el suelo, comenzó a arrastrarse y mascullaba maldiciones hacia mí; sentí que la rabia hervía en mi sangre, minutos antes había estado amenazando incluso mi vida, quería usarme para limpiarse el culo, me humilló y ahora ahí tumbado y derrotado.
En el dolor Kamala no dejaba de maldecirme, pero lo extraño era que no podía ponerse en pie, vi en el rostro de mis compañeros la duda, pensaban que mi victoria era producto de la casualidad y la suerte; mi coraje aumentó y sin dudar me acerqué a Kamala y le atesté un pisotón que aterrizó en su pierna que parecía haber perdido la forma. Entonces un desgarrador grito salió de él; ese lamento que apagó mi fuego y dejó paso a la lástima.
Yo descubrí cual había sido la pierna lastimada y la ataqué; ¿Qué había hecho? sólo quería liberarme del tormento y ahora era yo el torturador, me sentí muy culpable. Hasta que algo goteó en mis labios, instintivamente me llevé la mano a la boca y se empapó de sangre, no me alarmé; pensé que sería algo ínfimo comparado con la herida de Kamala, que resultó ser una fractura, la cosa era mucho más grave de lo que parecía; Kamala con su propio peso en la caída destrozo un pupitre y su pierna al mismo tiempo.
Su moral quedó rota, como algunos huesos de su pierna, parecía mentira, un coloso había vuelto a derrumbarse, contra todas las previsiones parecía yo ser el campeón, me lo confirmaba el llanto y el dolor de Kamala reducido a nada y yo milagrosamente seguía en pie.
Magaña se levantó de su lugar y dentro de la incredulidad dijo – El nuevo campeón, con tan sólo 40 kilogramos, contra toda apuesta El Gallego, nuestro rey –
Entre aplausos todos vitorearon mi nombre, esa cruel imitación de lucha casi me mata; los espectadores me sacaron a hombros; el morbo se sentía en el ambiente, curiosamente era yo el único preocupado por la integridad de Kamala, que en el suelo sufría desprecios y humillaciones – Ha caído la bestia – gritaban mientas él se retorcía, su rostro rojo había palidecido y verlo así no me hacía sentir bien, a pesar de que pude haber muerto asfixiado entre su cebo.
Era un campeón sin corona, como el de la película de David Silva, varios de la vieja guardia me mostraron reverencia, Carranza me aplaudía con una sonrisa y recuerdo que varias manos querían saludarme, todo tipo de alumnos, desde los gamberros hasta los cerebritos; la suerte me había sonreído, del suicidio, a la fechoría que barajaba la posible expulsión, enfrentándome al monstruo para terminar en el trono, ahora podía darme cuenta como todos mis planes salían al revés.
La gloria era efímera, así como el fracaso; en el aula entró Robotina, la profesora en turno y encontró a Kamala en el suelo, luchando por respirar y sudando frío, al no saber cómo manejar la situación llamó al Coordinador, quien tuvo que buscar ayuda médica y una camilla, para sacer la humanidad del gigante Kamala. Le preguntaron varias veces que le había pasado y el respondía – Me caí, me estrellé contra el pupitre –
Me devolvió una mirada sin rencor, el fuego se había apagado y en vez del hollín en la pared solo quedaban unos grandes coágulos de sangre en mis ojos, me dolía un poco la cabeza y respondí a la mirada de Kamala con benevolencia.
Lo habíamos comprendido los dos Sun Tu en su libro el Arte de la Guerra dice: “Siempre se debe dejar una salida al enemigo en la guerra, ya que si el enemigo se ve acorralado estará dispuesto incluso a morir”
Solo quedaba una silla partida en dos recordando el lugar de mi victoria, varios se paraban frente a ella y revivían los hechos contando la historia a quienes no habían estado presentes en esa pelea, allí los restos que quedaban los borraría el tiempo, como el temblor que sacudió a la isla griega de Rodas en el año 226 Antes de Cristo y los había dejado sin su Coloso para siempre.