La Casa de la Roma

Esa era mi casa, allí vivía yo, era imposible imaginar que sus paredes enmohecidas, su madera crujiente y el polvo que se acumulaba en cada rincón como mi aburrimiento me dieran aquella noche que me mantendría al borde de un infarto. Vista en su cotidianidad esa casa me invitaba a dormir, a enfermar, sus humedades lejos de ser lúdicas eran arcaicas, vejestorios de otros tiempos. Como casa del terror que revive al caer el sol, me dio paz, pero también me dio angustia, los minutos parecían horas en las garras de aquellos extraños invasores que llegaron una noche, de pronto sentí que todo había acabado… Pero antes de acabar debo contarlo desde el principio, en esa mi casa, donde vivía yo.
Aquella vieja casa me dejó impactado, era tan grande como antigua, estaba en pleno corazón de la Ciudad de México, recuerdo la dirección con exactitud, calle Puebla, número 100, en la Colonia Roma.
Recién llegaba de España ese enero del 2011, había roto todos mis vínculos con el pasado y necesitaba unos días para pensar, me alejé de todo y buscaba una casa donde habitar algunos meses.
La encontré, o al menos eso creía, con nostalgia me encontraba perdido en la capital azteca sin saber bien cual era mi propósito. Mi amiga Pris me ofreció su casa unos días, ella y su santa madre fueron de gran ayuda, mi amiga me tendió la mano y me hizo sentir que México no me era tan ajeno después de haber estado tantos años fuera.
Ella me acompañó a buscar casa, le gustaba esa colonia, la dichosa Roma, yo influenciado por la vida nocturna y lo céntrico terminé limitando mi búsqueda, hasta que esa casa apareció de la nada, con una ubicación y un precio inigualables.
Esa tarde iba con Pris y preguntamos tocando las puertas de los anuncios ya vistos. En la corta búsqueda salió una señora que rondaba los 40 años y nos dio la información; no necesita anticipo, tampoco firmar contrato, la casa es compartida, cocina, baños y comedor, pues ya hay otros inquilinos, el único lugar privado es la habitación.
Al ver la casa no parecía tan malo el trato, era grandísima; la escalera, el salón, las habitaciones, incluso podría bien ser un museo, tenía tantas secciones que era fácil perderse en ella. Preguntamos Pris y yo que cuartos estaban disponibles y escogimos uno en la parte de arriba con balcón. No era tan grande, pero tenía lo necesario, aunque era extraño caminar sobre su suelo; esa madera tan vieja y empolvada hacia que todo temblara con cada paso.
Me la quedé, no había más que pensar, al día siguiente me mudé con mis pocas cosas. Empecé a vivir allí y a explorarla. El lugar parecía siempre estar solo, no se escuchaba ningún sonido, y poco a poco fui descubriendo a los vecinos. En la zona de arriba solo estaba Héctor, un músico que había acoplado su habitación como estudio; allí tocaba la guitarra eléctrica.
Según recuerdo Héctor era del estado de Guerrero; a los pocos días llegó Lorenzo, un muchacho que venía de Madrid por seis meses y se instaló justo al lado de mi habitación, fue con Héctor y Lorenzo con quienes más cercanía tuve.
Debajo de la escalera había una habitación, yo jamás hubiera sospechado que existiera y de allí salió Julia, parecía vivir como las ardillas, en una cueva. Después recuerdo a una pareja de médicos en otra habitación de la parte de abajo y me supongo que éramos todos.
Me vino a la mente ahora, ella se llama Oyuki, el ya no lo recuerdo, tal vez porque poco hablamos, hay veces que uno no recuerda ni nombres ni caras, sólo sombras.
Seis personas en una gran casa, un número extraño y lleno de superstición. La privacidad era más de lo que podía pedir, el espacio suficiente, y como ya lo había dicho la ubicación era inigualable, a solo unos pasos del metro y de la glorieta de insurgentes. Pero el suelo que hacía temblar mi habitación estaba tan viejo y lleno de polvo que empezaba a costarme trabajo respirar; mi voz engruesaba y mi tos se volvió crónica. Cosa que no me importó.
Pasó el mes de enero y con los que más charlaba en las noches era con Lorenzo y con Héctor, llegó febrero y me sentía muy instalado, ya se veía a gente caminar por el salón y la convivencia era más natural entre todos. Pero una noche ocurrió un suceso inesperado, un infortunio.
Yo tenía visita en mi habitación, pasaban de las 9 de la noche y estaba muy relajado charlando, de pronto tocaron con brusquedad en mi ventana, eso era muy extraño, pensé, los golpeteos se repitieron con mucha fuerza mientras una voz nos gritaba – Salgan de ahí –
Deslicé la cortina y pude ver a un hombre que jamás había visto en mi vida acompañado con algunas personas y un par de policías uniformados. El tipo tenía una malformación en la mano y los dedos en una extraña forma y seguía gritando – Salgan de ahí –
Por mi mente pasaron varias cosas, podía ser el crimen organizado que en ocasiones estaba apoyado por la policía, o simplemente policías falsos, pero no había opción, estábamos acorralados, solo una puerta delgada nos separaba de ellos y decidí abrir, pasara lo que pasara.
El malformado con agresividad me preguntó – ¿Qué haces aquí? –
– Aquí vivo – Respondí sin entender que estaba ocurriendo, no sabía con quién trataba, ni lo que estaba a punto de ocurrir.
Él me dijo – Tú no puedes vivir aquí, esta casa pertenece a una fundación, es de un señor fallecido –
Cada palabra del tipo me hacía tener menos pistas – Si no se larga llamaré a la policía – Le dije con ira, pero el a cambio me devolvió una carcajada y respondió – La policía viene conmigo, y se los van a llevar a la cárcel por invadir esta propiedad –
– Se equivoca, yo pago alquiler –
– ¿A Quién? ¿Tienes un contrato? –
En ese momento recordé que la señora no nos había dado un contrato, y los recibos eran en folios de papel de estraza, al menos en mi caso, bajé con rapidez las escaleras y le dije a Lorenzo lo que estaba ocurriendo; no sé si él estaba comprendiendo lo que le contaba, no tenía ni pies ni cabeza, le sugerí que abandonáramos el lugar, pero al abrir la puerta las sirenas de los coches de la policía iluminaban la calle con sus luces y salir era como entregarnos.
Los policías y el tipo me siguieron hasta el salón y nos dijeron – Están detenidos –
Salió Julia en el momento apropiado y la discusión se tornó muy subida de tono, pero la situación es que una señora nos estaba cobrando el alquiler. Entonces el señor sentenció – Si no entregan a esa señora los detenidos son ustedes, pues están invadiendo propiedad privada –
Héctor no estaba, tampoco los doctores, Lorenzo, Julia y yo estábamos detenidos por haber llegado temprano a casa y yo había llevado la peor parte al encontrarlos afuera de mi recamara. Julia dijo – La señora vive al lado, vamos por ella, nosotros pagamos, no invadimos esta casa –
Salimos y tocamos su puerta que colindaba con la nuestra, el tipo y los policías nos miraban incrédulos, pero con atención,  hasta que al fin salió la señora molesta para reclamarnos, llegó hasta la mitad de la acera, pero al percatarse de lo que estaba ocurriendo entró de inmediato a su casa, cerró la puerta y por más que tocamos no volvió a salir.
El tipo que se identificaba como abogado de dicha fundación nos dijo – Si no la entregan a ella ustedes son los detenidos –
– Pero usted la vio, allí la tiene –
– Eso sería allanamiento, nosotros no podemos entrar sin una orden por ella a su casa, en cambio ustedes si están invadiendo propiedad privada –
No hubo más discusión, y empezaron a arremeter contra nosotros, Lorenzo, Julia y yo seguíamos sin comprender la situación y en esos escasos segundos dije – Al principio pensé que venían por mí, creí que era un asalto o un secuestro, algo relacionado con el crimen organizado –
Julia se me quedó mirando y dijo – Yo pensé que alguno de ustedes vendía droga y lo iban a detener –
Separándonos y por la fuerza nos subieron en distintos coches de policía, o como bien se les conocía; patrullas. Como un delincuente y por medio de forcejeos entré en la parte trasera del vehículo y sentía asfixiarme a causa de las rejas y del reducido espacio, mi visita subió a la dichosa patrulla, a pesar de los esfuerzos de los policías por decirle que se marchara, que yo solo le iba traer problemas y que estaba en calidad de detenido.
Allí quedaba la fachada de la Casa de la Roma y fue ese viaje lleno de incertidumbre en el que empezaron las amenazas por el camino, había policías y granaderos en toda la calle y se jactaban de habernos agarrado, siendo en realidad que los verdaderos delincuentes descansaban en sus casas o tenían pacto con esos malditos.
Llegamos a una llamada delegación, o ministerio público, nos bajaron entre alegatos y amenazas y abrieron un acta. Por no decir más el trato fue humillante y empezaron a tomarnos huellas para ser encerrados. De pronto mi visita se acercó, habló con su padre y le recomendó que llamaran a mi embajada, que solo ellos podrían hacer algo.
Yo atiné a decirle que se fuera, pero ella insistente dijo que no me dejaría solo y que intentaría entablar contacto con la Embajada Española.
El tipo de la mano extraña nos acusaba y decía que llevaba varios días cazándonos para asegurarse de que estábamos invadiendo la propiedad, según la ley y sin orden judicial no podían entrar después de las 9 de la noche, pero eso no lo sabíamos y para aquel momento nos tenían contra la pared. El tipo se jactaba de su astucia por habernos detenido y nos confesó como detective frustrado que la señal para que ellos entraran era que la luz del baño se encendiera. Y el detonante fui yo.
Alegue muy poco en mi declaración, mientras el tipo seguía diciendo – Por invasión a propiedad privada te caerán años en la cárcel – Lo decía con odio y frustración, ese hombre luchaba contra un enemigo invisible que hoy tenía mi cara.
De enfado le pedí al ministerio público que callaran de una buena vez a ese tipo, ya era suficiente, de pronto mi visita entró con el enlace de la Embajada Española y el ministerio público no quiso tomar la llamada, en seguida me puse yo al teléfono y denuncié los abusos y la forma en que se nos había tratado y que por encima querían encerrarnos conociendo al criminal que nos había alquilado la propiedad haciéndonos un fraude y que además de haber sido víctimas de una delincuente ahora seríamos victimas de lo que se llamaba justicia. Era un sistema en el que los malos nunca perdían.
Como nadie quiso tomar la llamada pedí los teléfonos del lugar y a regañadientes nos los dieron. El representante de la embajada me dio ánimo y dijo que no nos dejaría solos, colgó y rápidamente llamó a ese ministerio público.
Allí sin alternativa tomaron la llamada, se identificó el funcionario de la Embajada Española y dijo saber que tenía a dos ciudadanos de España en calidad de detenidos sin motivo y que no iban a permitir que eso procediera.
Dejé de escuchar cuando el mismo ministerio público se puso al teléfono y fue como si el tiempo se hubiera detenido; yo era el primero en prestar declaración, a casi media noche y sin abogados, en completa indefensión y victimizado como mis compañeros de casa.
Acabó esa llamada y el arrogante tipo que me maltrataba habló con mi visita y le dijo – Todo está bien, por favor llévese a su novio o amigo de aquí –
Yo quise hablar, pero él no se dirigía a mí, rompieron folios y cargos y nada había pasado, solo un gran susto y el tipo repetía – Señorita llévese por favor a este hombre de aquí –
Yo insistente pregunté – ¿Y a los demás? –
– Váyanse todos, arreglen allí afuera sus diferencias –
Todos se quedaron con la boca abierta, en especial los acusadores. Sólo puedo decir que la llamada de mi embajada fue milagrosa, de no haber sido por ellos era muy probable que nos hubieran detenido, pues el proceso en mi contra ya había iniciado, me estaban tomando huellas y otro tipo de señas particulares en un reporte que no alcanzaba a entender, eso pudo haber abierto antecedentes penales, pero justo por esa llamada y la gran idea de mi visita todo terminó en un gran susto solamente.
En la acera siguió la discusión, pero ellos habían perdido toda la fuerza, ya no eran nadie, la autoridad estaba desvencijada, como una vieja puerta. Mi visita me dijo que me fuera a su casa, que ya no volviera a esa propiedad porque no sabíamos con quién estábamos tratando.
Recordé que mis cosas eran muy pocas, y pensé en abandonarlo todo. Los policías se fueron y se quedó el de los dedos extraños con un abogado, ellos se dirigieron a mi diciendo – Bueno, podemos arreglarlo, si me pagas a mí la renta no hay problema –
Me reí con ironía – ¿Después de querernos encerrar te interesa un trato con nosotros? –
Insistió con lo mismo – Podemos arreglarlo – al tiempo que el señor de los dedos extraños le tiraba los tejos a Julia.
Era todo tan surrealista que no me lo podía creer – No señor, yo no hago trato con delincuentes, si me permite sacar mis cosas lo hago, en caso contrario puede quedárselas –
Avancé caminando y abriéndome paso en la noche, Lorenzo y Julia siguieron discutiendo con esa gentuza, era inconcebible hacer algún trato con ellos. Mi visita y yo llegamos a la casa para alertar a los demás, se lo dije a Oyuki y a su pareja; también alerté a Héctor, lo hice por consideración, era mi deber que no los pillaran desprevenidos, como me había ocurrido a mi horas atrás; después de haber estado charlando en mi cama, terminé en una patrulla y en una delegación a punto de ser detenido.
Que noche tan larga pensé; desde las nueve de la noche que había iniciado esta trifulca hasta ahora, la media noche pasada.
Los doctores vieron la angustia en mi cara y salieron con sus cosas de la casa, parecía un éxodo de angustia. Angustia crónica y contagiosa.
Esa noche Lorenzo y Julia llegaron a un arreglo con aquel señor, yo tomé algunas de mis cosas y me alejé del lugar, me haría mejor.
Sin contrato ni pruebas esos podían hacer cualquier cosa, pero no valía la pena averiguarlo, tampoco valía la pena esperar como procedían sus acusaciones, si por la embajada no hubiera sido yo creo que la historia sería distinta.
Dormí en casa y con la temprana mañana me marché sacando poco a poco mis cosas, en marzo regresaría a España y por un par de semanas no era necesario seguir allí, viéndole la cara a ese abogado. Al parecer los chicos llegaron a un arreglo, lo cual fue estupendo. Lorenzo regresó a España 2 meses después, Oyuki regresó sola desde Playa del Carmen y volvió a vivir allí. El otro día telefoneé a Julia, quien aún está en la casa así como Héctor a día de hoy, otra vez enero, pero de 2016.

Ya pasaron cinco años de aquella surrealista noche y en alguna de mis paradas en D. F. haré una visita a los muchachos que allí quedan, sé que más gente ha pasado por la casa y que han cambiado muchas cosas, pero será maravilloso reunirme con Héctor y Julia en ese gran salón al calor de una noche y recordar viejos tiempos con pan y café.

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