La Ciudad de los Zopilotes

Fui bienvenido a la ciudad de los zopilotes, donde las montañas de basura cubrían las grandes planicies y los olores se apoderaban de los sentidos, no conseguíamos abrirnos paso entre tantas cosas tiradas en el suelo y las moscas se podían contar entre las plagas, con desolación miré a mi amigo que me dijo – ¿Pero qué es esto? ¿Dónde nos hemos metido? –
No podía darle respuestas, mi ambición por mostrarle el mundo nos había llevado a un vertedero, una ciudad vertedero, llena de chatarra, residuos y contaminación, en la que los únicos que disfrutaban del festín eran los zopilotes que comían la carroña hasta mancharse el pico.
El paisaje era desolador, el olor tan fuerte a descomposición picaba en la garganta y la nariz – Estoy muy cansado de todo esto, ya no quiero seguir –
Vi a un Héctor apagado, incluso deprimido, rendido, con el profundo pesar de las dos noches anteriores, la primera una aparición de ultratumba en San Salvador, la segunda una riña con disparos en Tegucigalpa. Las emociones habían sido muy fuertes, aun no sabía que era lo que me mantenía dirigiendo esa aventura que se había tornado una pesadilla, las nubes grises de contaminación y el polvo en el viento me cegaban, juraría que respirar un día allí equivaldría a fumar más de veinte cigarrillos.
– Si quieres volver, volvemos, de milagro estamos vivos y todo para que el siguiente día sea más triste y desalentador –
– No te preocupes, sé que no era tu intención, vamos a intentar seguir –
Caminamos Héctor y yo pateando todo tipo de desperdicios, latas, cascaras de plátano hirviendo por el calor; subiendo y bajando montañas de escombros, con olores diversos, pero cada vez peores, olía a putrefacción, a muerte, nos abríamos paso entre los zopilotes, y ellos escapaban cuando nos veían vivos, de entre la gente había quien recogía basura y la clasificaba, otros buscaban que comer en los desperdicios, y en medio de todo aquel desbarajuste se alzaba frente a nosotros una vieja estatua junto a un plaza, Francisco Morazán, decía la placa 1792-1842, ese militar político olvidado por el mundo, cayó él y su confederación centroamericana, su legado estaba escrito en una estatua de hojalata, allí entre latas y otras materiales forjados de la nada, el olvido.
Caminamos entre la pobreza y la suciedad, solo los zopilotes acudían al banquete, pues el aterrizar en esa llanura enlodada era garantía de alimento, entre la tierra se criaban las ratas, las cucarachas y otros animales rastreros.
– Me deprime mirar hacia cualquier lugar – pensé viendo ese paisaje apocalíptico, no podía imaginar que tirar basura tuviera esas consecuencias tan horribles para el planeta, eso era un crimen, era condenarnos a la extinción, a la misma muerte, a las enfermedades y las moscas no dejaban de rondarnos.
– Aun no estoy muerto – les repetía a los animales carroñeros y a los insectos – Han de comerme, pero no será hoy –
Con tanta basura estaban tapados los drenajes, las aguas negras se evaporaban por el fuerte calor, y cuando llegaba la lluvia torrencial las inundaciones eran catastróficas, el agua entraba a las casas con excremento y basura, se pudrían los muebles y flotaban los muebles.
No había manera de vivir así, o tal vez ya era una forma de subsistir, de no ser por la basura muchas personas no tendrían que comer, ni que recolectar. El aire era veneno puro, respirar esas nubes negras acortaba la vida, pero ¿Quién querría vivir más? ¡Vivir así!



Nuestros pies seguían batallando por encontrar un lugar donde aterrizar en cada paso, mientras de entre los escombros unos ojos oscuros me acecharon, no me quitaban la vista de encima, yo miré esos ojos de la misma manera y ella se puso en pie, dejando de recoger basura. Su pelo rizado, su cara sucia, un vestido traslucido que parecía hecho con viejas cortinas, su piel muy morena y quemada por el sol, casi de tonalidad africana; con rasgos duros nos increpó diciendo – ¿Vienen a recoger basura? –
– Sí, así es – dijo un Héctor desorientado.
– Somos muchos recogiendo basura, pero hay para todos –
Yo la miré sorprendido y ella continuó – ¿Que buscan? El cobre lo pagan muy bien, hay que desarmar las computadoras viejas –
– ¿Y si matamos unos zopilotes y los comemos? – dije en tono de broma y logré arrancarle una sonrisa a la muchacha.
– Yo ya vendí cobre, tengo para comer hoy, si quieren los invito –
Me sorprendió la amabilidad de la muchacha y acepté de inmediato para no desairarla, nos pidió que la siguiéramos y compró fruta y unas tortillas en un mercado al aire libre, el olor seguía siendo fétido, los que quemaban la basura contaminaban las frutas con el humo, pero ella volvió a sonreír – Me llamo Leslie, soy de Tela –
– Yo soy de tergal y me llamo Héctor –
Leslie empezó a reír, su cara de tristeza quedó muy atrás – Tela en un lugar que está en la costa de Honduras –
– Ahhh – dijo Héctor rascándose la cabeza.
– ¿Ustedes son nuevos aquí? El negocio de la basura no es tan malo, si uno busca encuentra, yo estuve toda la mañana buscando para poder comer –
– Sí, somos nuevos, la verdad no sé si nos podamos quedar mucho tiempo – le dije.
– No es tan difícil, yo aquí vivo sola, tengo una casa de lámina, la pude armar con ayuda de los vecinos, todos aquí tenemos casas de lámina para cubrirnos del sol y de la lluvia –
Escuchar a esa mujer mientras veía el paisaje lleno de zopilotes y basura me dejaba ver que la bondad estaba en todas partes y que las flores aun crecían en el desierto, y hasta en los vertederos de basura.
El olor y las moscas estrellándose en mi cara me desconcentraban, tenía que comer sin tragar moscas, pues tragar cada bocado sin vomitar era un logro, entonces Leslie me dijo – Ten cuidado, a veces los zopilotes bajan y te roban la comida – me lo dijo riendo, resignada, de lo más normal, ese era el día a día, incluso había que imponerse a los animales para poder sobrevivir.
– ¿Y por qué te viniste desde Tela hasta aquí? –
– Tela era muy difícil, no había oportunidades de nada, aquí al menos la basura me da de comer, encontrar el cobre y otras cosas que he ido aprendiendo a distinguir, al principio me engañaban, pero ahora ya no –
 – Yo aún no sé encontrar el cobre –
– Yo les enseño, si se quieren quedar en mi casa no se preocupen y mañana les explico cómo se encuentra el cobre –
Me conmovió la muchacha; alguien que aparentemente no tenía nada que dar nos ofrecía todo, yo saqué unas latas de atún de mi maleta, eran las provisiones para el día siguiente, se las di a Leslie en su mano y le dije – Estas son para ti –
Ella las abrió y me agradeció muy contenta, olfateaba profundo el olor a atún – Gracias, yo no tenía muchos amigos, pero que bueno que llegaron ustedes, voy a arreglar mi casa para que se queden conmigo, hay muchos colchones en la basura y cada quien podrá dormir en uno –
No quería decirle que sí, tampoco que no, la vimos comer el atún, seguro que ya estaba harta de comer lo mismo todos los días, la dejamos aislada para que degustara, y Héctor se me acercó – Ya valieron madre las provisiones –
– No lo creo, la verdad es que se las dimos a la mejor persona del mundo –
– ¿Y para nosotros? –
– Para nosotros será mejor bajar la panza, ella nunca había probado el atún enlatado –
Héctor se quedó contento con lo que hicimos y pues no importaba ya la que comeríamos mañana, la sonrisa de Leslie lo valía.
Se acercó la mujer ya satisfecha – ¿Tu no me has dicho cómo te llamas? –
– Óscar –
– Hablas muy bien español –
– Ya sé Leslie, soy de España –
– ¿En España también se habla Español? –
– Sí Leslie, también –
Su alma era noble, y aunque no supiera muchas cosas sabía sobrevivir en medio de toneladas de basura – ¿Y por qué aquí Leslie? –
– Pues mi padrastro quería abusar de mí toda la vida, y mi madre me cuidaba, nunca lo pudo dejar porque él nos mantenía, yo era la única que no era hija de mi padrastro, los otros cuatro hermanos que tengo si eran hijos de él, y cuando mi mamá murió tuve que escapar –
– Uno nunca escapa de casa, siempre vuelve – dijo Héctor.
La mujer desconcertada solo sonreía de nobleza infinita, su piel tan maltratada por el sol dejaba ver unas manchas, esbozó una leve sonrisa que dejó ver heridas en sus labios, pero las heridas más profundas estoy seguro que las llevaba por dentro.
– Me tuve que ir, porque mi padrastro quería violarme, y sin mi madre ya nadie me cuidaría – dijo la mujer entristecida y continuó después de un sollozo – Un día mi madre volvió a casa mareada, sangraba mucho por la boca, nos dijo que la había atropellado un coche, se sentía muy mal y cuando empezó a vomitar sangre mi padrastro la llevó al hospital, desde ese día no la volví a ver nunca más, solo recuerdo a mi padrastro emborrachándose y yo limpiando los charcos de sangre que habían salido de la boca de mi madre, cuando supe que ella no volvería jamás me vine aquí, este basurero es mi casa, me da de comer –
Héctor y yo nos quedamos sobrecogidos, la historia de la pobre mujer nos había tocado el corazón, ella recobró la calma y nos llevó a su casa de hojalata, mientras el sol se ocultaba tras las grandes montañas de basura; fue uno de los horizontes más raros que jamás haya visto, las moscas se posaban en todas partes y los zopilotes satisfechos emprendían el vuelo.
Una vez llegado el ocaso oscureció y la penumbra era infinita, deducía lo que pisaba solo por los sonidos; Leslie nos tendió un colchón y acostumbrados al olor supe que había valido la pena llegar hasta allí y conocerla. Dormimos en medio de un gran basurero, a pesar de que esa tierra estaba contaminada por el virus humano pudimos ver el cielo negro  través de los agujeros en ese techo de hojalata, Leslie nos dio las buenas noches, se escuchaba contenta de tenernos en su casa como sus invitados.
Las moscas furiosas como proyectiles se estrellaban en mi cara, pasaban por mis oídos zumbando, mientras el calor me hacía sudar; me quedé inmóvil, en medio de ese gran vertedero de basura, perdido en un lugar desconocido, sin coordenadas, y desde allí las estrellas se veían igual que en cualquier parte del planeta, quería pensar que aún había esperanza y que el mundo no podía terminar así.


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