Yanduri

La conocí con la temprana mañana, me encontraba en un profundo sueño, pero ese día que empezaba sería un nuevo comienzo. Aun el silencio de la ciudad que empezaba a despertar era placentero, lejos del bullicio que pocas horas después nos invadiría hasta dejarnos atrapados en él.
He visto tantas veces la muerte, pero esta vez no hablo de la mía en particular, hablo de muchas personas cercanas que se nos han ido y el presenciar sus decesos aun me provoca un nudo en la garganta imposible de deshacer. Esta vez no hablaré de eso, lo que vi fue todo lo contrario, el milagro más grande, que es la vida.
Dando vueltas en la cama desperté de sobresalto, mi teléfono no dejaba de sonar. Empezaba a clarear, era muy temprano y con la voz rota contesté sin mirar el número que aparecía en el identificador.
– ¡Tienes que venir! Es muy urgente, mi hermana está a punto de dar a luz –
La información se asentaba en mi cabeza con lentitud, las piezas se iban acomodando despacio y recordé a Rocío, la hermana de mi pareja, en verdad estaba esperando un hijo y se habían cumplido los meses, podía ser cualquier día, en cualquier momento.
Judith había decidido llamarme, a pesar de que llevábamos poco tiempo juntos quiso que yo estuviera ahí, aun no entiendo por qué, pues los pocos que me conocen saben que yo no soy médico.
Aturdido me puse la ropa, no había tiempo para más, mis cabellos como el principito; arremolinados y de punta, los ojos hinchados y no recuerdo lo demás, en el primer cruce tomé un taxi rumbo a escuadrón 201, allí por Ermita Iztapalapa, en la ciudad de México; si no me equivoco corría el año 2009. Había sido una de las mejores visitas al país con una excelente gira. De pronto volvió a sonar el teléfono, Judith estaba más desesperada y preguntó – ¿Dónde estás? Los dolores de mi hermana son cada vez más fuertes –
Aun entre la realidad y el sueño respondí – Ya no tardo nada, estoy muy cerquita –
Judith colgó, era raro recibir una llamada de ella, pero dos en menos de 15 minutos sonaban preocupantes. Llegué a su casa, allí vivía con su madre, dos hermanos, su hermana, su cuñado y algunos vecinos que colindaban sus casas por medio de un gran patio. De la gran familia todos estaban trabajando, nadie sabía nada, solo estaban Judith, Frank y Rocío, justo su hermana embarazada y su cuñado.
No era muy clara mi presencia en el lugar, pero llegué lo antes posible y me encontré con una Rocío muy desmejorada, en momentos lloraba del dolor; Frank; su marido sacó el coche y nos dijo – ¡Suban! A ver si llegamos al hospital –
Yo iba de copiloto, Frank al volante y las hermanas en el asiento trasero.  Fue un viaje que se hizo eterno, los semáforos, los topes, la velocidad, los quejidos de Rocío que de vez en vez nos alteraban gritando – ¡Ya no puedo más! –
– Aguanta – le decía Judith al apretarle la mano
Cuando un semáforo se ponía en rojo era tan desesperante, y peor aún ver  a esa gente mandando mensajes desde su teléfono al momento de conducir el coche. Frank siempre controló la situación, lidiaba con esos grandes tumultos de la Ciudad de México, con esos cafres al volante, esos semáforos, esas calles en mal estado y alguna amonestación de parte de su mujer quien le pedía que pasara los baches con más precaución.
Otro grito de Rocío nos sacó de calma y dijo – De verdad ya no puedo –
Judith solo le decía cosas para que se distrajera, pero nada funcionaba, por un momento pensé – Este bebé va a nacer aquí – Y eso me aterraba.
Cada tope, cada atasco; salían coches por todos lados, no se veía claro el camino para llegar al hospital, por más atajos y callejones no había manera, y dentro del coche las cosas empezaron a ponerse complicadas.
Rocío se incorporó, recuerdo que traía un pantalón de tirantes y se los empezó a desabrochar – ¡Ya viene! ¡Ya viene! –
– Nooo – gritamos todos al mismo tiempo
– Ya está a diez minutos el hospital – Dijo Frank
– No tengo diez minutos, además estás conduciendo muy feo –
– Sí Frank, en una de esas salen el bebé y la mamá volando – Sentenció Judith
El sudor en la frente del padre denotaba que la situación se le estaba yendo de las manos. Rápido igual a dolor, lento igual a perder la carrera, tal vez no había escapatoria y lo que todos nos temíamos estaría a punto de ocurrir.
Tardé más en pensarlo; Rocío dijo entre llanto y desesperación sin dejar de desabrochar sus pantalones de peto – ¡Ya viene! –
Judith la quiso detener pero era demasiado tarde, la fuerza de Rocía era descomunal y se bajó los pantalones hasta las rodillas, yo giré la cabeza y lo que vi era una premonición de lo inevitable, la cabeza del niño estaba completamente fuera del cuerpo de su madre.
Se lo dije a Frank – Francisco, tu hijo ya va a nacer, acaba de asomar la cabeza –
Por el retrovisor no pudo ver mucho y me dijo – Tu y Judith, reciban al niño –
Perdidos en la gran ciudad y desorientados estaríamos a punto de recibir al bebé, por momentos me aterraba pensar en que algo saliera mal, pues siendo fatalista han habido casos que se complican.
Me quité el sacó y le dije a Judith – Aquí –
Ella tomó la mano de su hermana y no sé si sus frases fueron sacadas de lo que vio en alguna película y empezó a sentenciar – Puja, puja –
Rocío la estaba pasando verdaderamente mal, los intensos dolores, sin anestesia y en el asiento trasero de un coche. Su gesto era como si la estuvieran desgarrando por dentro y es que la cabeza del bebé era imponente, nunca había visto algo así, era grandísima a mi parecer, aunque lo peor vino unos minutos más tarde, entramos en pánico al creer que el bebé se había atascado, tenía un tono mo0rado y no acababa de salir, pero no debíamos tirar de la cabeza, pues podíamos lastimarlo.
Rocío hizo toda la labor, yo coloqué mi chamarra esperando que en algún momento saliera, pero por más esfuerzo de ella, el bebé no lograba asomar más que la cabeza entera.
Ver algo tan natural no es frecuente, y pensar que la mayoría nacimos así, me quedé pasmado, pero más aún cuando Rocío se dilató y el bebé asomó los hombros; si la cabeza era grande el cuerpo mucho más, tal vez exagero al hablar de 8 centímetros. Yo sentí que Rocío se partía en dos, pero el momento milagroso al fin llegó, el bebé estaba saliendo completamente.
Fue el fin de la agonía cuando el bebé estaba sobre mi chaqueta y Rocío por fin entró en un estado de paz, fueron segundos y empezó a preguntar por su bebé.
– Es niña – Dijo Judith
– Y está bien – Dije al momento de envolverla en mi chaqueta.
De pronto empezó a orinar como si de una manguera se tratara – Pero no lloró – dijo la madre
– Pero si nos meó – Sentenció Judith alegre
Teníamos los pelos un poco salpicados, pero estábamos felices por lo que parecía un parto exitoso.
De pronto se hizo un silencio y a pocos metros miramos el hospital, fue algo así como una sensación de haber llegado al baño, pero… ya para qué.
El coche de Frank estaba lleno de líquido amniótico y restos del cordón umbilical que por cierto tenía un aspecto grisáceo a la luz de la primera mañana.
Allí estaba la nena, junto a su madre, se miraron por primera vez, como si ya se conocieran, tal vez se estaban reconociendo madre e hija, para los que no creen en los milagros eso fue ver el milagro de la vida, un nuevo comienzo. Se la puso junto al corazón que aún le latía muy rápido y con las pocas fuerzas que le quedaban esbozó una bonita sonrisa. Judith y yo las miramos hasta que llegaron los paramédicos y se llevaron a las dos.
Frank se bajó del coche que había dejado mal aparcado y el reporte médico horas después fue que Yanduri estaba junto a Rocío fuera de peligro, un parto natural, bien ejecutado y en movimiento, a pasar de las turbulencias del tránsito.

Todos los niños deberían conocer sus historias, de cuando nacen, pero pocos están interesados en ese día en que dieron sus primeros respiros, incluso yo no conozco la mía, pero a fin de cuentas la conocí con la temprana mañana, en su primer segundo de vida.

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