Me gustaba caminar como si escapara de algo, andar en solitario sin preguntarme nada, solo observando. Dejaba que las calles me sorprendieran con su cambio repentino de coches y personas, y aunque esta ciudad no es tan amigable con el peatón, yo lo disfrutaba.
Era mejor predecir el camino que a las cambiantes personas, unos días bien, otros mal; dejé de pensar hasta que a lo lejos un mercado me iluminó la cara, era de esos ambulantes, donde había merolicos, frutas, moscas y más moscas, me acerqué a ver la mercancía, y no me detuve hasta que unos ojos aceituna a lo lejos se clavaron en los míos.
Me sonrió; la mujer que tenía esos ojos, ella estaba a tan solo unos metros y yo no supe quién era, solo intente devolverle una pobre sonrisa y seguí mi paso. De pronto me tomó del hombro, corrió para alcanzarme y girándome me volvió a mirar – ¿De verdad no sabes quién soy? –
Quería decir que sí, pero no atinaba a decir nada, no quería llamarla por otro nombre, estaba en una encrucijada, y cuando ella me habló por mi nombre reaccioné, quería encontrar en la enorme mujer un rasgo amigable que me recordara quién era. Me preguntaba tantas cosas, ¿porque sabía de mí? con lo complicado que es encontrarse con alguien en esta gran ciudad que de no haber dicho mi nombre podría jurar era una loca cualquiera.
La miré queriendo descifrar que había en el pasado donde apareciera ella y no podía, ni esos ojos aceituna me lograban remontar, no la veía en ninguna parte de mi película del pasado, entonces me rendí y la mujer de sonrisa cándida me reclamó – desde que conoces tanta gente te olvidas de los pobres –
– ¿Por qué lo dices? –
– Vi tus libros en el tianguis, y estoy sorprendida de encontrarte por aquí –
– ¿Y están baratos? –
– Sí, mucho, como en 10 pesos –
Me reí con la extraña al tiempo que solté un mueca sintiéndome en aprietos, y es que la verdad nunca fui bueno para las caras, le quería explicar que yo solo caminaba, que no tenía intención de hablar con nadie, que no me lo tomara a mal, pero que debía irme; al final no le dije nada, ¿para qué dar tantas explicaciones? Eso haría que tuviéramos una larga conversación y yo no quería, entonces solo le dije – Lo siento –
Me dijo su nombre, la escuela en la que estudiamos y me asomé al pasado tratando de recordarla. Y por fin, allí estaba ella, la muchacha más guapa del colegio, era tan imposible una mirada misericordiosa de esa mujer en aquellos tiempos, que decir de una cita, la miré de nuevo y de la piel de la juventud no quedaba nada, había engordado tanto, era otra persona, pero no le dije todo lo que pasó por mi mente, solo le sonreí.
Me giré para verla mejor – ¿Cómo es que me recuerdas? A mí, al chico tonto del colegio –
– ¿Cómo es que no me recuerdas? A mi, la chica más popular del colegio –
Nos echamos a reír y nos miramos – Cualquiera hubiera muerto por salir contigo –
Entristeció, pues su reinado era cosa del pasado.
– ¿Tu no? –
– ¿Yo no qué? –
– ¿Tu no hubieras muerto por salir conmigo? –
– Desde luego que sí, todos –
– Pues me casé con el peor –
No le respondí, sus ojos aceituna entristecieron nuevamente y me dijo, ven, te invito a desayunar a mi casa, vivo muy cerca de aquí, además no todos los días uno se encuentra con alguien como tú.
– Te agradezco, pero debo irme –
– Sé que ya no vives en la ciudad, por favor acéptame la invitación –
– ¿Te importa si en dos días nos vemos? Es que hoy tengo un evento ¿quieres venir? –
– Voy por mi hijo a la escuela, pero en dos días nos vemos, ¿Te puedo dejar mi número de teléfono? –
– Sí claro –
– Te espero en dos días –
– Lo prometo –
– Por la mañana, te invito a desayunar, la casa está sola, mi marido en el trabajo y mi hijo en la escuela –
Asentí y después de un abrazo de la chica más popular de la escuela me alejé al mismo paso, seguí caminando esas calles que siempre me sorprenden y noté que el tiempo a veces lo cambia todo, de la popularidad al anonimato.
Somos efímeros, el tiempo nos trasforma, pero esa mujer era buena, de poder escogerlo todo se había quedado con el sufrimiento, no se maquillaba, iba con tubos en la cabeza y unas sandalias rotas, quien otrora fuese impecable con su persona.
Me fui al evento que tenía, y pasaron los dos días, por un momento pensé en cancelarle a la señora el desayuno, pero odio cancelar cosas, así que contra mi voluntad fui y la encontré en el viejo mercado, al verme me abrazó, fuimos a comprar verduras y manzanas, le ayudé a escoger las menos magulladas como ella decía, llegamos a su casa y allí preparó unas quesadillas, después me dio un tazón con frutilupis, y me preguntó – ¿Entones tú también estabas enamorado de mí? –
– Todos, pero tu jamás le hubieras hecho caso a un tonto como yo, de solo pensar en charlar contigo me hubiera dado un infarto –
– Sí tú me lo hubieras pedido yo estaría contigo –
– No sabías ni quien era –
– Claro que sí, y estoy sorprendida en lo que te has convertido –
– ¿Y tú qué tal? –
– Me fue mal, mi marido es un promiscuo y siempre me pide que me meta con otros hombres, trae amigos, dice que le excita verme con alguien más –
– ¿Así casual? –
La mujer se empezó a reír, yo no tenía nada que decirle, pero lo hice, le pregunté una tontería – ¿Y lo has hecho? –
– Pocas veces, solo cuando alguien me gusta, sabes, le hablé de ti a mi marido, él sabe que estás aquí –
Se me agrandó la rueda del frutilupis y tragué saliva, podía escucharse aterrador, entonces se cambió de ropa, el corto vestido me dejaba ver demasiado – ¡Tú me gustas! – dijo.
La miré, y miré las paredes de su casa, donde había fotos de su boda, de la comunión de su hijo y sentí que ellos nos miraban, el caminar por las calles me había llevado a una situación que me sacudía de inestabilidad personal, no era capaz de juzgar para bien o para mal, las cosas solo estaban sucediendo.
– ¿Y si te dijera que me gustas? Que me encantas – Dijo la mujer con voz suave en mi oído pasando su lengua por mi cuello.
– Sí me lo hubieras dicho hace 20 años hubiera muerto – Eso pensé, pero no se lo dije, también pensé que mi corazón no hubiera resistido que esos ojos aceituna tornaran su mirada misericordiosa hacia a mi y de todo lo que pensé no le dije nada, solo me lo guardé, nervioso, por la situación atiné a decir – Déjame terminarme estos frutilupis para tener energía –
– Siempre tan divertido –
Miraba a la mujer intentando acercarse, despojándose de su ropa lentamente y yo me quedé pensando como si hubiera caído en una fisura del tiempo, un agujero atemporal que no debía estar ahí, no en ese lugar ni de esa forma, ni con este endurecido corazón que la vida me había heredado.
Cerró la cortina y se cerraron mis ojos, los testigos de las fotos eran más reales que yo. Tenía que aceptar que su realidad estaba lejos de la mía, como un fantasma que apareció de pronto la miré y entonces tomé una decision…