Caos de la Irracionalidad

Murió mi amigo Miranda, la vida parecía injusta al no darle oportunidad a los buenos, a los arrepentidos, y a pesar de que todos nos equivocamos, hay errores que no tienen vuelta atrás. El paso de los días y la rutina diluyeron la muerte de mi amigo, así como su presencia en la escuela, el mundo continuaba igual, y apenas se notaba su ausencia, pero a decir verdad yo si la notaba, había sido afortunado de tenerle como amigo, en el patio buscaba una mirada compasiva como la suya, pero alrededor solo había lobos, sonrisas retorcidas, parecía que la maldad se apoderaba del ambiente.
Por primera vez me fijaba en la gente, yo era despistado y en mi mundo ellos no existían, caminábamos los mismos pasillos, nos sentábamos en los mismos pupitres, pero eran invisibles, eran unos entes; mientras más los miraba más les temía y jamás ni por asomo volví a ver una mirada como la de mi amigo, la bondad que esos ojos encerraban se tuvo que ir, solo miraba al cielo y le preguntaba – ¿Dónde estás? – Era evidente que no recibí respuesta y seguí mi camino en esta vida que es para los fuertes, aquellos que saben aceptar su realidad y siguen caminando, no hay tiempo para detenerse, sin embargo los débiles lloran, son tan apegados a las cosas que no las pueden soltar, nadie entiende que en este viaje todo es prestado, absolutamente todo. Y hablando de préstamos, me encontré al jefe de grupo, el estúpido Canito, un niño horrendo que parecía una mini escultura de Benito Juárez. Pequeño y con la cabeza enorme; el joven amorfo me llamó y con una sonrisa enseñando sus amarillentos dientes me dijo – Esto es para ti, tienes correspondencia –
Le arrebaté el sobre y abrí la carta que decía: Estamos en el quinto periodo de seis ciclos, este documento es una carta condicional que se les da a los alumnos que son propensos a repetir el curso, de continuar con mala conducta y bajas calificaciones puede provocar la expulsión definitiva del plantel.
Me quedé flotando en el espacio, ido, pero las risas de Canito me trajeron de vuelta a la realidad – ¿Te estás burlando? – le dije lleno de cólera, miré de un lado a otro para asegurarme de que nadie viniera y poder atestarle un buen puñetazo que terminara con su horrenda caries, pero Canito que es más pequeño e inteligente adivinó mis intenciones y me dijo – Ten cuidado con lo que me vas a hacer, golpearme no te ayudará a resolver tus problemas –
– Pero puede que me sienta bien si lo hago –
– No será bueno para ninguno de los dos – dijo Canito asustado
– Tal vez para ti sea bueno que te enderece de un puñetazo los colmillos de perro maltes que tienes en el hocico –
En ese momento pasaba un Coordinador de otros cursos y Canito lo saludó a propósito, yo solo me quedé con el puño haciendo el amago y no tuve más remedio que detenerme; de momento se me había ocurrido conocer más académicos para que me salvaran de los puñetazos, pero eso fue momentáneo, pues con mi reputación podría ser contraproducente.
De cualquier manera no me había sentado nada bien la noticia de que soy candidato a la expulsión definitiva, y por si fuera poco el jefe de grupo se mofaba de mí, como si mi situación le alegrara. Pero así es esta escuela, porque como todo sistema rechaza lo que es diferente, lo que parece estropeado o roto, o que no funciona como el resto, en lugar de investigar qué está pasando con ese alumno, qué turba la mente del adolescente, que adolece de capacidad académica; además que le lleva a suspender todas esas asignaturas, es rechazado, porque es más fácil echar a la calle que reparar, lleva menos esfuerzo y es lo mejor para los adultos, nada de responsabilidad.
Recuerdo que me gustaban pocas cosas a mi alrededor, entre ellas la lucha libre y el boxeo, aunque nunca pensé ser parte del espectáculo. El bajo mundo se había fijado en mí trazándome un claro camino. Poco después de que Canito y el Coordinador se fueran lejos, apareció un turbio personaje, a quien llamaban El Iguano, salió de atrás de una puerta de un aula vacía, esperó a que nadie estuviera cerca y me dijo – ¿Te quedaste con las ganas de golpear a ese pobre desgraciado? –
No respondí a su pregunta y me hizo la siguiente – ¿Tú eres el Gallego? –
– Sí ¿y tú quien coño eres? –
En aquel momento no le conocía, no físicamente y me dijo – Soy El Iguano, el mejor organizador de peleas de toda la gran escuela y me he fijado en ti –
– ¿Eres maricón? –
El Iguano perdió a paciencia y me enganchó por la camisa – Una estupidez más y yo mismo te parto la madre –
– Bueno, solo llevo una, no es para tanto –
– Eres muy gracioso Gallego, me hubiera encantado ver cómo le enderezabas los colmillos de perro a Canito, pero vas a tener muchas oportunidades y si lo quieres él caerá –
– Yo no quiero nada, solo estar tranquilo –
– No es tu decisión Gallego, la verdad es que no puedo imaginar que con ese pequeño cuerpo hayas peleado con El Alf y desafiaste a la pandilla de los cinco, si sigues vivo no debes ser tan malo –
– Todo ha sido suerte, un verdadero milagro –
– Tú tienes algo más y lo voy a averiguar –
– ¿Y qué es lo que quieres? – Pregunté impaciente, nada de esto podía estar bien, uno de los peores estudiantes se me acercaba porque seguramente tramaba un plan muy retorcido; El Iguano era alto y delgado, su enorme mandíbula lo hacía ver como un pálido reptil, parecía un personaje sacado del videojuego Mortal Kombat, me miraba con suspicacia y lo soltó de golpe – Seré tu manager, organizaré peleas y serás muy popular, más de lo que has imaginado y cuando llegues a la cima te enfrentarás con El Mota –
– Ya soy muy popular y no me gusta, creo que el que quiere ser popular eres tu –
Se enardeció – Hoy tienes a toda la comunidad estudiantil como público, ya está anunciado; Gallego VS Cooper, si no le das una paliza te juro que te borro del mapa –
Se fue dejándome una invitación, ya no había más misericordia en la gente, pero tampoco había nada que perder, o tal vez si – ¿Quién era Cooper? – no tenía idea de a quién me iba a enfrentar, pero eso no debía preocuparme, en unas horas me enteraría de las dimensiones de mi oponente.
No sentí nervios, pero tampoco podía concentrarme, pensé en escapar, también pensé que podía tratarse de una broma del Iguano, pero no fue así, a las tres de la tarde, hora de salir, el autoproclamado mi manager me esperó afuera del aula y me dijo – ¿Estás listo? –
No respondí, pero le seguí con la mirada vacía, sin sentir nada, con una carta condicional en mi expediente y mis amigos que habían desaparecido me acompañé de la única persona que se había fijado en mi, y no para hacer algo bueno conmigo.
Llegué hasta una parte del patio de atrás cubierto por un viejo edificio dentro del colegio, y allí la multitud aplaudía, me aplaudía; vi al Cooper esperándome, un gordo, con mejillas hinchadas, párpados muy abiertos y me dijo – Te vas a morir –
Mi respuesta no se dejó esperar y le hice dedo – ¡Cállate cachetes de marrano entumido! –
Mis insultos provocaron las risas de la multitud que estaba muy organizada, eran peleas donde había vigilancia para que no se acercara ningún profesor y las hacían en horario después de la salida, para que no hubiera gente cerca en ese club clandestino.
El Iguano me presentó, diciendo que yo no necesitaba presentación, habló de mis oponentes pasados y prometía futuras peleas, haciendo énfasis en El Mota; pidió silencio y le preguntó a Cooper – ¿Qué le vas hacer al Gallego? –
– Le voy a romper la madre –
– Y tu Gallego ¿Qué le vas a hacer al Cooper? –
– Le voy a dejar esos cachetes más flojos que el culo de su abuela –
La gente reía, me aplaudían, estaban admirados con mis estúpidas respuestas que ni yo mismo sabía de donde salían, Cooper resentido se me fue encima al sonar el chiflido de un árbitro o más bien un réferi bufón.
La pelea no fue relevante, pero sí muy rápida, un golpe precedía a otro y a otro y sin parar uno más en la cara, Cooper pidió que nos detuviéramos y eso me dio más confianza que seguí golpeando, de pronto una guayaba se estrelló contra mi ojo, explotándome en el rostro y haciéndome despertar del trance violento.
Todos se empezaron a reír y gritaron – El Gallego se fusionó con la guayaba –
– Sí, el Gallego Guayabo –
– Miren su cara, parece una amarilla guayaba –
Eso fue lo que escuché en mi letargo, El Iguano se enfadó y detuvo la pelea – No se vale lanzar cosas, El Cooper perdió, él pidió esquina –
Me levantó la mano el referí y todos aplaudían – ¡Arriba el Guayabo! ¡Arriba el Guayabo! –
En la amarga victoria lo único que había era dulce de guayaba; retiraron al Cooper, quien también tenía la cara roja como un tomate y la euforia terminó, la gente se retiraba una a una mientras El Iguano me llevaba a una esquina – No habrá autógrafos, lárguense todos, no hay nada más que ver aquí –
Literalmente el colegio se convirtió en un campo de batalla surrealista, de las entrañas de ésta surgió El Guayabo, nombre artístico para las peleas. Nunca dejé de ser el fracasado, mis compañeros y maestros seguían teniendo la impresión de que algo debía faltar en mi materia gris, incapaz de aprender, de realizar algo correctamente y ahora un bribón buscapleitos, aunque a la distancia puedo darme cuenta que mi mayor delito fue dejarme llevar; estaba casando de luchar, de intentar mejorar mi imagen, de ser mejor alumno, mejor hijo y mejor ser humano; todos tenían claro que no valía un céntimo; yo era el último en darme cuenta, así que me dejé llevar, así fue como bajo la tutela del Iguano libré varias peleas, todas devastadoras para mi físico y para mi alma.
El Iguano me felicitó – Te has ganado al público, fue un gran debut –
No me sentía bien peleando, pero la vida me había llevado por ese camino, no servía para hacer otra cosa, era un personaje creado en su totalidad por el rechazo social, nada más ni nada menos que yo mismo.
El Iguano era popular, pero junto a mi se volvió inolvidable. Él y sus amigos nos echaban a pelear a los tontos, como perros y hacían apuestas. Una vez me tocó pelear con el Mofles, un chico deforme con la cabeza como higo, recuerdo que cuando entraba en el aula todos le gritaban – ¡Tengo un tumor en la cabeza! ¡Tengo un tumor en la cabeza! – eran unos absurdos canticos y esa tarde no se dejaron esperar, la pregunta de siempre; preguntaron al Mofles que qué haría conmigo – Voy a matar a ese animalito bebé –
Lo veía tan tierno como estúpido, pero no era malo, cuando estaba muy enojado nos llamaba animalitos bebé, con su voz ronca y desbalanceada, después me preguntaron a mi, y todos estaban atentos a mi respuesta espontánea – ¿Gallego, que le vas a hacer al Mofles? –
– Le van a crecer los huevos cuando le baje el tumor a puñetazos –
El público reventó en risas cuando escucharon mis burlas hacía mi rival, después las guayabas caían de varios lados, pero con más suavidad que cuando me bautizaron, luego las maniobras que ya dominaba, esquivaba golpes, saltaba, e incluso lanzaba mis puños sin siquiera ver mi objetivo, y cuando el Iguano me veía en peligro suspendía la pelea, parecía tomarme aprecio poco a poco, me garantizó que después de vencer al Mota sería libre.
Toda la pelea se desarrollaba con comicidad, mi forma de moverme, mis insultos y aunque a veces escupía sangre siempre enseñaba esa sonrisa con mis dientes manchados de rojo.
Esa tarde cayó El Mofles a mis pies, todo se valía en la pelea y no dudé en clavarle un dedo en el ojo, el pobre se retorcía y el público gritaba más, pedía más violencia, patadas por ejemplo. Los miraba desde arriba motivados por ese montón de mierda de espectáculo que yo les daba y de pronto los seguía escuchando, pero en cámara lenta, como si el sonido desapareciera por momentos, busqué en todas las miradas y ninguna como la de mi amigo Miranda, él tal vez estaba gritando desde el cielo o se avergonzaba de mi, tal vez nunca lo sabré, solo recuerdo que mi manager me levantó en hombros mientras me aclamaban los espectadores como en el coliseo romano.
Fue una etapa complicada, pero no duró mucho tiempo, sin previo aviso, y con un escueto anuncio nos dieron a conocer que mi representante había sido expulsado definitivamente del colegio, y no volvería.
German Cedillo alias El Iguano había sido expulsado, así que estaba libre, no tendría que pelear más, ya no sería ese animal de circo; si peleaba con alguien lo haría por necesidad. Ahora me sentía liberado, era como el esclavo que ganaba su libertad al morir su amo, y en esa escuela El Iguano estaba muerto, jamás volvería, se había metido en un problema muy gordo por incitar a la violencia a los alumnos, parecía que algún chivato se había encargado de deshacer el gran club.
La gente murmuraba que mis peleas eran todo un espectáculo, pero ya no quería ser un showman, atrás quedaban las caídas y los chistes, solo los dolores y las cicatrices. Ese club había llegado a su fin, pues la vigilancia académica aumentó, y estaba muy penado solapar e incitar a la violencia de una forma tan directa, el ejemplo más fehaciente era la cabeza caída de mi manager.
Si el Guayabo peleaba, la risa estaba garantizada y nunca, pero nunca faltaban guayabas en el ruedo, lo único que les faltó y les faltaría era esa prometida pelea con El Mota, que ya jamás iba a tener lugar, para mi fortuna.
Tenía que seguir caminando, o más bien corriendo, estaba a punto de empezar la clase de deportes, me quité rápido los pantalones, me puse el calzoncillo corto y por un divino milagro no me comí el suelo. Apuré y me miré en el espejo grande de la papelería, menuda pinta de deportista que tenía. Como ya ha quedado claro, yo no era ninguna lumbrera tampoco era una estrella en la clase de deportes, además era muy temprano, la primera hora, cuando a casi nadie le da por estirar los músculos en pleno sereno, no sólo eso, también la asignatura la impartía un profesor que además de carecer de modales caía en favoritismos, y claro yo no estaba en su lista de preferidos.
Empezó el calentamiento, los ejercicios, arriba, abajo, y después tumbados en el suelo, el sol me daba en la cara con sus primeros rayos, empecé a mirar el movimiento de las nubes y me imaginé allí arriba, saltando de una a otra al ritmo de las abdominales, miraba figuras entre el espeso blanco y de pronto un ejercicio sobre un brazo y el profesor gritó – A ver Gallego, ¡¿qué cremas anuncias?!, para eso vete a la escuela de maricones que está aquí al lado –
Me paralicé en el acto, sentí cómo los músculos de mi cara se contraían todos al mismo tiempo, ¿qué le podía responder a ese troglodita? ¿Había acaso una respuesta loable ante eso? – ¡Pasa al frente! – gritó después de sonar su silbato.
Yo era joven, pero tenía coraje y dignidad y lo miré con toda la furia que se puede mirar a alguien, pero obedecí, me coloqué frente a las filas y él me pidió que repitiera el ejercicio, pero en cuanto comencé vociferó – Así no Gallego, no me digas que así de tontos son tus paisanos – no pude más.
– Español, el país se llama España ¡cerdo ignorante! –
Ups ¿Lo dije o lo pensé?  Para cuando me di cuenta de lo que había dicho era demasiado tarde, la había vuelto a cagar en grande, las palabras habían salido de mi boca por sí solas, en una especie de centrifugado histérico. El instructor abrió los ojos de sorpresa, me imagino que ningún alumno le habrá mostrado su falta de cultura y educación de esa manera, del asombro pasó a las risotadas – Estás sentenciado… gallego-español, te mostraré quién es el cerdo –
Entonces todos miraron a Rosales, el compañero obeso y se empezaron a reír, el profesor aún estaba enfurecido y dijo – Esta vez no es con Rosales –
Las carcajadas fueron en aumento, mientras el obeso amigo se ruborizaba, chuza, dos humillaciones al hilo. El profesor se me acercó apretando las mandíbulas, conocía ese gesto, hice de mi cuerpo una concha, sabía que precedido de esa mirada profunda y las fauces apretadas seguía una golpiza, así que me preparé para lo peor; no sé si mi profesor habrá sopesado la posibilidad de llenarme de bofetones, pero si fue así se contuvo; me tomó del brazo con fuerza y me derribó, llevándome a rastras a la oficina del Coordinador. Para mi fortuna estaba cerrada; el profesor resopló de enojo y me sacudió acomodando mi cuerpo junto a la puerta, se me acercó de nuevo y me ordenó esperar hasta que llegase el Camarón, luego entonces ajustaríamos cuentas.
Mientras me hablaba podía ver sus asquerosas piezas dentales, y los gruesos hilos de espesa saliva que se hacían entre sus labios, a leguas ese hombre estaba furioso conmigo – Espérate Gallego, te vas a acordar siempre de mí – Contrario a lo que todos pensaban tonto nunca he sido, así que en cuanto le vi dar la vuelta en la esquina corrí, como alma llevada por el diablo, hasta el baño.
Estaba decidido, dejaría de asistir a su clase el tiempo necesario para que el profesor de deportes olvidara lo sucedido, uno o dos o tres meses, aún no lo sabía; tendría que trazar rutas seguras de tránsito, en el patio y entre los recesos, evitando encontrarme con él; haría todo lo necesario para no verle hasta que la efervescencia del momento se pasara. Mientras tanto la táctica era quedarme refugiado en el baño hasta la hora del comedor; y así hice, conversando con la cuidadora del baño el tiempo pareció no pasar tan lento, ella ya me conocía – ¿Y ahora qué hiciste chamaco? –
– Ya te lo contaré todo, tu solo avísame si viene el profesor de deportes, el de bigote que siempre usa visera –
 La cuidadora moviendo la cabeza dijo – ¡Niño!, ¡niño!, ¿cuándo aprenderás? –
– Por lo menos me puedo esconder aquí –
La muchacha empezó a mover las manos – córrele, que vienen varios profesores –
– ¿Estás de broma? –
– En serio, córrele –
Subí las escaleras despavorido pudiendo evitar al profesor y a mi paso me encontré con el truhán y desventurado Mota. Alejandro Espinoza Mota era un elemento de alta peligrosidad y lo arrollé a mi paso; cuando él bajaba yo subía a toda velocidad como una locomotora sin frenos; él venía comiendo fruta en su tupper con un tenedor que casi se traga completo por el impacto conmigo; varios presenciaron el choque y El Mota que me conocía de habladas vociferó en mi contra.
Por el contrario, yo no tenía el placer de conocerle, pero más que placer debo decir que fue un infortunio – Es el idiota del Gallego, ¡vamos por el! – Le dijo a su palomilla de funestas amistades. Y pensándolo bien lo mejor era ir a la oficina del Camarón, allí donde me había dejado el maestro de deportes. Los vi correr atrás mía y mierda, la oficina seguía cerrada.
El Mota faltaba frecuentemente a clases, y cuando asistía se encargaba de sembrar caos, contaba con su pandilla de colaboradores, pobres diablillos llenos de acné que hacían todo lo que El Mota les ordenaba y celebraran cada una de sus canalladas. Para mi desgracia El Mota y compañía me habían escogido como su blanco esa mañana.
Estaba acorralado como rata en la antesala de la oficina del Camarón, por primera vez quería que él estuviera ahí, no tenía nada que hacer, era hombre muerto, rodeado de tipos que me empujaban hacia el centro de lo que podría ser una gran pelea. Tal y como lo había prometido El Iguano, tal vez estaba escrito.
Alguien como yo, cuyo expediente me hacía pender de un hilo, vi la vida como un caos; estúpidamente encaré al Mota y le atesté un puñetazo en la cara que lo dejó viendo borroso y le dije – Esto es de parte de mi ex manager El Iguano –
Todos se quedaron asombrados con mi reacción, incluso yo mismo, por un minuto perdí la razón, no debí haber hecho eso, pero los alumnos querían golpes y esa pelea estaba pactada, era una pena que mi manager no estuviera ahí para interceder en un momento de emergencia, pero todo se había presentado de una manera inesperada.
El Mota con un leve gesto de dolor se acarició la cara y me dijo – Gallego, eres más estúpido de lo que hubiera imaginado –
No entendía nada de lo que estaba pasando, giré en mi eje y sólo veía rostros enfurecidos, dientes, puños cerrados subiendo y bajando en una especie de danza; de la muchedumbre salió un puño que se estrelló con toda su fuerza en mi mandíbula. El golpe me nubló la vista, sentí cómo la articulación se rompía, un aroma a hierro inundó el ambiente, levanté la vista con esfuerzo buscando al dueño de ese puño, seguí el brazo tenso; El Mota había dado el segundo golpe, pero muy bien dado, me había mandado al suelo. Aspiré profundo, intenté, sin éxito, atestarle un par de guantazos, contrario a él, que sí llegó a su objetivo más de una vez, doliéndome.
– Muy bien puto español, ahora levántate y pelea –
De entre los gritos de los compañeros escuchamos la voz del Coordinador, provenía de las escaleras; yo solo sentía un sonido ensordecedor dentro de mi oído y después se fue a la sordera. No sé de donde había salido tanta gente y el Camarón se abría paso entre nosotros, la pelea había terminado por un flashazo muy oportuno, acordamos inconscientemente no seguir intercambiando golpes y nos perdimos entre el montón; éramos tantos que el Coordinador ni siquiera nos vio.
Mota tenía mirada de psicópata, era robusto moderado, con su corte de cabello casi un rapado militar. Pudimos pasar desapercibidos por esta vez, esa pelea no le convenía a ninguno de los dos, ya que Mota también era un pésimo alumno, los dos pisábamos la cuerda floja.
La gente se marchó y vi que El Mota levantó su mochila, y un sobre, una correspondencia como la mía se asomaba de entre sus libretas, pude identificar su carta condicional, esa que nos sentenciaba a la expulsión; me le quedé mirando y él a mí, saqué mi carta y le dije – Yo también tengo una –
Después de contener tanto estrés y rabia estallamos en risas como dos locos, risas incontrolables que se escuchaban en todo el pasillo, nos reíamos de nuestro destino irracional, de nuestro caos.



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