Soñaba con un señor que llevaba a un niño entre sus brazos, ese señor que lo abrazaba con tanta fuerza era su padre, no lo quería dejar ir, pero tenía que hacerlo. El niño de casi ocho años iba triste bajo la oscura noche, lo iban a dejar en un río para que las corrientes lo arrastraran y lo llevaran hacia los brazos de otro señor que lo recogería del otro lado del río, no había ningún peligro, pues el niño llegaría sano y salvo en una cesta de mimbre en la que no entraría el agua; cuando el padre, quien traía en brazos al niño tuvo que soltarlo entristeció y pudo ver casi al momento como otro señor del otro lado del río lo recogía y lo abrazaba con el mismo cariño; el niño se giró discretamente para despedirse de su antiguo padre, pero no dijo nada, solo el rugir de las furiosas aguas y lo que parecía un sueño sin sentido dibujaba la realidad de un viaje, ese viaje que hacemos todos sin darnos cuenta, cruzando el furioso río, conociendo a unas y a otras personas, no sabemos si nos vamos a reencontrar con aquellos que quisimos durante nuestra vida, pero mientras están en nuestro camino debemos quererlos y aprovecharlos.
Navegaba como un marino con los ojos sobre el mar; era un príncipe de mimbre que tenía su reinado en una tierra inexistente, siempre con miedo a lo desconocido, pero no podía dejar de sentir los peligros que se reflejaban en el rugir del agua. Lo que parecía un absurdo sueño me despertó de sobresalto y mirando el techo de la habitación sonreí para dejar escapar una carcajada junto a una lágrima, el sueño me había tocado el corazón.
Habían pasado años desde que estudié en la secundaria y recordaba con resignación aquellos tiempos funestos. Era como haber navegado en una cesta de mimbre por el turbulento río, tan salvaje, pero teníamos que cruzarlo una y otra vez y nadie se salvaría de eso.
A diferencia de mi sueño donde todo era noche, incertidumbre y oscuridad; los rayos del sol entraban por mi persiana, y estaba más despierto que nunca, recordaba el caparazón de mimbre y recordé que no era el único niño en el sueño, unos brazos me depositaban y otros brazos me recogían casi al momento, parecía un amor muy paternal que me dejaba solo en los tramos cortos, pero siempre velaba.
Un grito me trajo a la realidad aún más real, mi padre entró en la habitación sin llamar a la puerta, no sé qué me dijo, pues estaba conectándome con el mundo, solo pude reparar en su silueta cansada mientras seguía moviendo la boca y manoteaba sin parar.
Me quedé inmóvil ante un guerrero que había tenido la difícil misión de criarme, la batalla había dejado sus cicatrices; la barba y el pelo un poco más blancos, los párpados que no se resistían al poder de la gravedad y esa voz más ahogada, pero aun enérgica. Solo él sabe si ha fracasado, aunque yo pienso que no; contra todo pronóstico y después de esas expulsiones de dos secundarias hoy me encontraba estudiando Ingeniería Civil en la Universidad.
A pesar de todo el pasado nos atormentaba, en ocasiones los padres nos quieren evitar el sufrimiento, porque ellos ya cruzaron el camino, pero les es inútil, cada uno tiene que cruzar el río para su aprendizaje personal y eso es inevitable.
A lo mejor nunca quiso soltarme, pero tuvo que hacerlo como en ese sueño cargado de simbolismos. Yo seguía meditando y el hombre histérico me pedía que me levantara de la cama y que dejara de mirarlo, pues había llegado el señor cartero con una correspondencia para él y alguien tenía que firmar de recibido el paquete, y debía firmar yo, pues mi padre no encontraba sus gafas.
Recibí al cartero y firmé la correspondencia, el señor se fue y mi padre recibió su carta, al parecer era un asunto bancario, yo me arreglaba con calma, pues era fin de semana y no llevaba prisa, pero para mi desgracia mi padre encontró sus malditas gafas y miró mi firma en la hoja de la copia, enfureció y empezó a gritar – Para firmar así lo hubiera hecho yo sin gafas –
Está bien que mi letra era horrible, pero insistió – Para hacer estas mierdas hubiera firmado yo con los ojos cerrados –
Seguro estoy que tenía razón, pero no era para tanto, él tenía su carta y el cartero ya se había marchado, aunque mi firma fuera un garabato no creo que el señor cartero quisiera enmarcarla. Pero no respondí a nada, pues eso podría empeorar la ya empeorada situación. Me vestí y de un salto me coloqué los pantalones, a decir verdad nada tenía que hacer en la calle, pero deseaba cruzar esa puerta para ya no escuchar más gritos ni reclamos.
Caminé hasta la puerta, salí de casa, bajé las escaleras; y como topo que sale de su madriguera mi padre seguía vociferando cosas, yo solo le veía mover la boca y las manos atrás de la ventana, mientras el ruido de los coches y su tráfico no me dejaban oírle, bendito ruido, era armónico.
En especial ese día recordé la secundaria y descubrí que después de la tempestad la vida no era tan mala como mi reputación, pero a fin de cuentas ya estaba en la Universidad estudiando Ingeniería, está bien que mi bachillerato fue mediocre, pero poco a poco iba avanzando como las hormigas obreras, nadie mejor que yo sabía lo que era estar abajo y con el pie en el cuello.
Estoy seguro de que había muchos niños como yo, pero cada uno tuvo que librar una batalla diferente, Annie y Miranda no habían vivido para contarlo, Kamala luchaba contra su mórbida obesidad, el Camarón contra todos nosotros, el Macrino contra los pulcros y hasta mi profesora, la que me lo enseñó todo luchaba con sus demonios. Después recordé a Mancilla, mi cabeza se fue hasta él y pensé que tal vez era otro príncipe de mimbre, de esos que usan un caparazón para cruzar el río.
Recordé la última vez que hablé con él, fue en casa de mi falsa novia Janeth, habían pasado cuatro o cinco años. En aquel tiempo empezaba la telefonía móvil y era divertido pasar todos los contactos del directorio de papel a los teléfonos, para tener un directorio electrónico. Yo en mis contactos había guardado todos y cada uno de los números de los que tenía registro, busqué con éxito y lo encontré; José Antonio Mancilla.
Digité las teclas dudoso, pues no le conocía de nada, pero tampoco tenía a donde ir a tales horas; y regresar a la casa no era opción, sonó la línea hasta dar tono precedido por la voz de una mujer agitada dándome el nombre de la compañía y finalizando con – ¿En qué le podemos servir? –
– ¿Se encuentra el Señor José Mancilla? –
– ¿Quién busca al Licenciado Mancilla? –
– Óscar Fernández –
– ¿De algún asunto en particular? –
– Nada en particular, solo soy un viejo amigo –
Se hizo un largo silencio y la secretaria sentenció – Lo lamento, pero el Licenciado Mancilla murió trágicamente en un accidente de automóvil hace dos años –
Me quedé de piedra, había dejado pasar la oportunidad de conocer a la leyenda viviente de la gran escuela, algo me dolía, pero no sabía qué, dejar pasar el tiempo a veces es un error y permanecí en silencio como esperando que resucitara y me contestara como lo había hecho cuatro años atrás.
La secretaria volvió a preguntar – ¿No es usted del banco? –
– No – Respondí
Entonces desencadenó una serie de preguntas, y le respondí, dándole santo y seña del absurdo de mis intenciones, le conté de la escuela en la que estuvimos y todo lo que me fue posible explicarle; con voz de extrañada la secretaria en un mar de dudas le dio el recado a alguien que estaba cerca, quien después de unos minutos me atendió, su voz suave me desequilibró, era un señor amable y me dijo – Hola, vaya que tardaste años en volverte a comunicar, pensé que eras una broma, o una mentira –
– ¿Quién eres tú? – pregunté con la mente turbada
– Soy la persona con la que quieres hablar –
– Me acaban de decir que José Mancilla murió en un accidente de coche y hasta donde tengo entendido los muertos no hablan –
El hombre se empezó a reír a carcajadas, junto con su secretaria, yo tal vez me había equivocado y había llamado a un manicomio. Pensé en colgar, pero el hombre sentenció – Hoy sábado es un día muy aburrido, y nos gusta bromear con los bromistas, yo soy José Mancilla y estoy muy vivo, pero si dejas pasar otros cuatro años a lo mejor ya no lo estaré –
– Lo siento, mira, la verdad que no es por molestarte, pero si te contara lo que me pasó aquel día no me lo creerías, tal vez todo esto es un absurdo, una tontería –
– Sí me buscas es por algo desconocido viejo amigo, te daré la oportunidad de visitarme hoy –
Me dio la dirección de su oficina; estaba muy cerca de la escuela y de donde yo vivía; y añadió – Hoy sábado tengo mucho tiempo libre, sí quieres venir puedes llegar ahora mismo o más tarde, disculpa que no pueda seguir hablando contigo pero no me gustan los teléfonos, si no es una broma y eres quien dices ser te espero, sino ya no vuelvas a llamar hasta que pasen otros cuatro años, saludos –
Colgó el teléfono, parecía un tipo loco e impulsivo, pero ese señor tenía razón, tal vez yo en su lugar no hubiese tomado la llamada, era un deber moral hacerle esa visita prometida a mi recién y adquirido amigo desconocido. Entonces tomé el rumbo para llegar a donde estaba el.
Me tomó quince minutos llegar a pie, la curiosidad me hacía no dudar en deshacer mi camino y entré. La oficina de Mancilla era sencilla, fría, e incluso minimalista, y aun así en su esencia parecía ocultar algo detrás de los filos de la pared, o de las líneas de la mesita de centro de la sala de espera, me recibió la secretaria con amabilidad y le solicité mi petición de hablar con su jefe al anunciarme. La secretaria comenzó a reír sin poderse contener, yo la miré como si de una loca se tratara y entre sus risas tapándose la boca se quiso disculpar – Lo siento mucho, pero mi jefe es un bromista – Seguía riendo sin poderse contener. Yo acepté sus disculpas moviendo la cabeza, pero jamás reí, ni mencioné palabra.
Mientras aguardaba a mi anfitrión leí “Sócrates murió gritando la verdad” las letras que pendían de la pared me atraparon, después un cuadro me llevaba hasta una imagen de Einstein y en manuscrito con letras pequeñas se leía “En la lucha del mundo contra ti, ponte de parte del mundo” La última frase me hizo esbozar una sonrisa y rascándome la cabeza pensé – El señor Einstein seguro que tiene la razón, por algo había llegado tan lejos –
Bruscamente mis pensamientos fueron interrumpidos por la secretaria que me dijo – El licenciado ya no tarda – y volvió a reír sin control, no sé si era mi cara o la maldita broma de la supuesta muerte de su jefe, quise cambiar el tema y le pregunté – ¿Usted cree que Sócrates murió diciendo la verdad? – Se lo solté así, sin más. Ella sonrió como quien está nerviosa, claro que no esperaba una pregunta como respuesta a sus burlas, y menos esa pregunta – No lo sé, pero creo que sí – nos miramos sin advertir la presencia de un tercero – Claro que murió gritando la verdad, al menos su verdad –
Giré mi vista y vi a quien creía estar viendo, su silueta se asomaba detrás de la puerta hasta que la tenue luz que entraba por la ventana le descubrió el rostro, su piel era blanca, su pelo tan castaño como el mío, no tan robusto, más bien delgado sin llegar a ser escuálido como yo, seguro rondaba 1 metro 75, se acercó y me extendió su mano diciendo – Tú debes ser Óscar ¿me equivoco? –
– Si no esperabas a nadie más claro que soy yo –
Se echó a reír – Esa chispa me agrada –
No pensé que hubiera dicho algo gracioso, más bien fui sarcástico, pero al famoso Mancilla le pareció chusco, y pregunté – ¿Entonces tu eres el famoso Mancilla? –
Con un rictus de resignación me miró serio, no incómodo por mi pregunta, pero era evidente que no le gustaba recordar aquello – Fui el famoso Mancilla, hoy sólo doblo mis manos ante el sistema, aunque no voy a negarte que hago de las mías cuando puedo –
– Espero puedas hacer muchas de las tuyas –
Sonriendo me dio una palmada en la espalda – Anti tradicionalista como yo, seguro que nos vamos a llevar bien –
– ¿Tienes alguna pista? Nunca le había preguntado esto a nadie, pero ¿sabes de qué planeta venimos? –
Suspiró profundo – Te miro y me miro a mi hace años, ahora ya no me pregunto por nuestro planeta, solo me pregunto quién nos ha abandonado aquí a todos nosotros, ¡mírales! Nadie tiene ni la mínima pista de a que vino a este mundo, unos se consuelan creyéndose historias, otros se inventan una misión, solo sé que todos caminan en este mundo con los ojos cerrados, unos apuestan más y otros menos –
– Somos ciegos guiando a ciegos –
– Eso es bíblico amigo, la frase que más me convenció de todo el libro sagrado, la repetía tantas veces Jesucristo –
Me encogí de hombros y me llevó hasta el interior de su oficina, tenía muchas fotos, con gente famosa y le pregunté – ¿Cómo es que conoces a tanta gente? –
– Me divierte el comportamiento que tienen, son genios muchos de ellos, pero en el fondo son tan mortales e ignorantes como nosotros –
– ¿Y quién es tu favorito? –
Sacó una foto de una cajonera y con emoción me explicó – David Bowie, ¿Lo conoces? –
– Claro, pero no como tú, esa foto es increíble –
– Es un tipazo, deberías de plantearte conocerlo algún día –
– No sé cómo llegar a él –
– Tienes dos opciones, verte como una persona con cualidades o compadecerte de ti, nosotros podemos llegar o morir en el intento –
No le dije nada, tenía tanta razón, todo estaba en la forma en que uno mismo se percibiera, no podemos creernos víctimas de las circunstancias, la gente no tenía tanta importancia, la gente no es importante, cada quien lucha con sus demonios como puede y a veces no es personal nada de lo que nos sucede.
– Los ves, nadie apostaba por nosotros, y llegamos lejos, pero lo que dice la gente no importa, míranos, la decisión fue nuestra, de nadie más –
– ¿Y cómo te sientes con eso? –
– Soy el mismo, en el fracaso y en el éxito, la única diferencia es que los halagos no me satisfacen, sigo siendo más apegado a la crítica, no me lo vas a creer, pero le tengo nostalgia al fracaso –
– Cierto, a mí tampoco me gustan las adulaciones, las siento tan falsas, sin embargo en el fracaso es todo sinceridad –
– Ahora que me va bien varios ex compañeros que me humillaban han venido a pedirme trabajo, pero la verdad es que con esa calidad humana que tenían no los quiero cerca –
– Y los profesores siguen ahí desde hace más de 20 años, son como robots programados para días repetidos, no controlan ni su tiempo, ni su vida, yo tuve tiempo de fracasar, resurgir y avanzar, pero allí no se ha movido ni una sola piedra, se han vuelto invisibles por haber estado tanto tiempo en el mismo lugar –
– Observa y no juzgues, eso déjalo para ellos, los eternos evaluadores –
– Ellos que nos han expulsado –
– Aquellos que nos expulsan no se sentirán bien ni en el lugar donde creen pertenecer –
– Pero su visión tan pequeña del mundo daña a tantas personas, y después tener que soportar a los chivatos, una vez me culparon de una asquerosa flema que se balanceaba debajo de mi pupitre, no sé qué clase de marrano la colocó allí, recuerdo que fue en la clase de matemáticas con la Monja Chimuela y me mandó limpiar esa asquerosidad; yo quería vomitar, pero contra todo el grupo gritándome y culpándome no podía hacer nada, y para terminar me echó de clase, mientras todos me gritaban en el aula, cerdo Gallego, gachupín marrano, lo que los tarados nunca supieron es que a los españoles establecidos en América se les llama cachupines, no gachupines –
– Tus anécdotas me recuerdan a las mías, sin importar mi nacionalidad, yo soy mexicano y aun así los profesores me trataban con la punta del pie y me culpaban de todo. Pero había gente buena, ¿cómo olvidar a Don Max? al portero que sí le dabas dinero te dejaba entrar cuando llegabas tarde, pero lo echaron, sabes que los hijos de Judas siempre nos acechan, primero se benefician y después se quejan, es como pasar por un puente y después derribarlo para que nadie más pueda pasar –
– Odié esa escuela, en la clase de deportes todos me golpeaban con la pelota de baloncesto, me ponían contra la pared y a los que se descuidaban en el patio los sorprendían con un terrible balonazo. Una vez le pasó a un lerdo de gafas que estaba tratando de ligarse a unas chicas que seguramente solo le pedían la tarea, pero en medio de su charla recibió un fuerte balonazo en la cara, tan duro fue el golpe que le tiró las gafas al suelo y hasta le explotaron los barros y juraría que dejó las espinillas clavadas como púas en el balón, el tipo tambaleante se levantó y comenzó a llorar como un niño pequeño, al ver la escena las chicas se alejaron y jamás aparecieron los culpables –
– Eso pasaba tantas veces; pero lo peor era cuando los mismos profesores te humillaban. Una vez hubo una ceremonia y yo olvidé la corbata, me escondí entre las filas, pero fue inútil, me descubrió El Ranchero, un coordinador de la escuela de las niñas. El tipo ese rápidamente me puso en evidencia, me sacó de la fila para humillarme delante de todas, ese día las niñas que estudiaban en otro plantel supieron que existía yo. Algunas de ellas reían, otras se compadecían de mi, y el supuesto profesor gritándome en el patio y anunciando a los cuatro vientos mi olvido, incluso mencionó a las chicas que se fijaran en el tipo de hombre con el que salían, vaya que la pasé muy mal en ese momento, y de milagro no me le fui encima –
– Era denigrante la forma de proceder de esos profesores, y por desgracia a veces las pagaban otros, en uno de mis arranques de ira me salió todo al revés, ese día jugaba baloncesto muy cerca de la tienda donde vendían comida, esa tiendita estaba justo en el patio del colegio, allí atendía una dependienta que era muy joven y muy amable, así como humilde. Recuerdo que en aquel tiempo preparaban unas quesadillas y había un tazón de salsa roja en la barra, para que los alumnos se sirvieran al gusto, yo que tengo pésima puntería, visualicé el balón sobre el tazón de salsa con el fin de salpicar al profesor de historia, me lo imaginaba bañado en esa salsa roja al maldito; pero para mi desgracia el balón pegó en el lado equivocado del tazón y bañó a la pobre dependienta, a la mujer morena le escurría la salsa hasta por el pequeño bigotito que se le notaba con el sol y gritó incrédula – No me puede estar pasando esto a mí – El maestro de historia; Pompín, se quiso reír, pero intentó buscar a alguien sin mucho esfuerzo, llevaba prisa y se retiró del lugar, se había salvado el muy infeliz, en el fondo creo que sabía que el ataque era para él. En cuanto a la pobre mujer, nada personal, sentí algo de pena, más cuando otros alumnos se unieron a la burla y las risas, la mujer cerró la tienda y se fue de allí –
– A mí me expulsaron porque otros echaban bombas fétidas en una clase, el profesor de esa asignatura empezó a tomarla en mi contra y le tuve que responder, al grado de llegar a los golpes, ese día yo, Mancilla, desaparecí del lugar para siempre y empecé a demostrarme a mí mismo quien era; ese día empezó mi vida –
– Nos trataban como delincuentes, era normal que algún día reaccionáramos, y no somos delincuentes ni personas de segunda, yo recuerdo en el transporte de la escuela que le gustaba a una niña; Jessica, ella estaba muy entusiasmada conmigo, pero escuché a las profesoras decirle que yo era malo, que conmigo se metería en muchos líos, e incluso le buscaron un novio, un tipo tan horrendo como aplicado, llegaron al grado de aislarme y ya con esas marcas no podía ser más que lo que me obligaban a ser, no importa lo que hicieras, siempre serías el mismo –
– Que trágica tu historia de amor, me hiciste recordar a Jean Valjean del libro Los Miserables de Víctor Hugo, por robar un trozo de pan lo marcaron y aun cuando salió de mendigo y rehízo su vida, lo persiguieron por siempre; de las etiquetas no nos podemos liberar tan fácilmente, la gente no se molesta en mirar más adentro –
– No has pensado que la gente no tiene tanta importancia como se la damos, tal vez ninguna, cuando trataba de ayudar a los marginados me iba mal y cuando trataba de defender una causa justa las mentes mediocres se ponían de acuerdo para silenciarme –
Mancilla se sonrió – Vamos a dar una vuelta por la escuela, no todo es tan malo ¿Recuerdas algo bueno? –
– Claro que sí, el Señor que vendía dulces afuera de la escuela, el me cuidaba la mochila y su hija Jessica siempre estaba con él, al principio se burlaban de mí, pero después nos hicimos grandes amigos, fueron testigos de mis primeras peleas y en cierta manera me resguardaron, me cuidaban –
Caminamos por la escuela y entramos en trance, tal vez teníamos miedo de regresar solos, pero ya éramos unos hombres, no nos podían hacer nada con tanta facilidad. Contrario a lo esperado fue un viaje de mucha paz y silencio, cada esquina guardaba un recuerdo, las caras que ponía mi nuevo amigo a veces eran de tristeza, de pronto una sonrisa le esbozaba la boca, no todo era malo, ni bueno, solo circunstancial, a mí me ocurría lo mismo, cada lugar guardaba algo, algo inconfesable.
Miraba correr a un niño con los ojos en fuego, era como el del río, lo arrastraban todas las corrientes pero seguía en pie, su padre lo abandonaba a la orilla del río en la noche oscura y atravesaba esas tormentas que no eran apacibles, en sus manos pequeñas que no sabían dar puñetazos se fueron acumulando los golpes, desprotegido corría sin rumbo, pero muy en el fondo era feliz, siempre soñaba con que todo iba a cambiar, con que la vida era justa, con que los niños no eran crueles. Buscando el futuro que no existía, cerrando cicatrices sin pertenecer a ningún lugar, recordando esa tierra lejana donde todo comenzó, de España solo quedaban recuerdos a 9000 kilómetros de impertenencia y ahora no tenía una guarida, solo era seguir en el río esperando que la corriente no apretara tanto, ese era el Príncipe de Mimbre, con un reino lejano, frágil y tal vez inexistente.